Autor: Fernando Pascual
Glauco, según una versión de una vieja
leyenda, fue un pescador que se convirtió en una especie de pez. Con el paso
del tiempo se le pegaron numerosas conchas y objetos de todo tipo, de forma que
se convirtió en un monstruo marino. Detrás de todas las conchas, detrás de su
apariencia desagradable, se escondía una persona, un corazón, una vida humana.
Pero no todos eran capaces de darse cuenta.
Nosotros somos como Glauco: con el pasar
del tiempo se nos pegan (o nos pegan) muchas cosas. Aparecemos ante los demás
como pequeños monstruos, sin que a veces se pueda descubrir ese corazón y esos
buenos deseos que hay en lo más profundo de cada uno.
Sabemos, sin embargo, que somos mucho más de lo que los otros puedan decir o pensar. Por desgracia, algunos se dedican a empapelar al prójimo. Con mil dicherías, chismes y calumnias, van escribiendo la vida de los demás. La mayoría de los chismes son simples suposiciones, pero basta con que corran de un sitio para otro, para que así quede fijo un retrato, a veces sin posibilidad de corrección. Si, además, un chisme cae en manos de periodistas sin escrúpulos, se convierte en “noticia” y va de aquí para allá con la velocidad de la luz...
Vivimos en el mundo de los rumores, de
las habladurías. En ocasiones un rumor nace de modo inocente, en una pequeña
conversación entre amigos. “Se ve que Fulanito llega a veces tarde a su casa”,
uno dice. Otro añade: “Tal vez no está muy contento con su esposa”. Un tercero:
“Un día lo vi pasar por una calle que tiene fama de malas mujeres”. Pronto se
empieza a perfilar una historia de traición y de borracheras, de infidelidades,
de prostitución e, incluso, alguno insinúa que la droga está de por medio.
Fulanito, que sale por las noches a visitar a su madre enferma, empieza a tener
fama de infiel, de borracho y de mujeriego. Poco a poco, con un rumor detrás de
otro, un hombre bueno se convierte en un pobre diablo digno de desprecio.
Es verdad que nos gusta entrometernos y
conocer la vida de los demás. Pero también es verdad que muchas de nuestras
suposiciones tienen un fundamento muy débil; en muchos casos no tienen más
fundamento que el de nuestra imaginación creativa o nuestras antipatías más o
menos caprichosas. A veces somos capaces de esbozar, con tres detalles
insignificantes, incluso con alguna suposición inventada, un retrato
completamente falso que es capaz de herir en su honor y buena fama a nuestros
conocidos o a algunos personajes públicos.
Otros rumores, por desgracia, son
provocados con intenciones muy claras: se trata de destruir a algún enemigo, a
alguien que nos resulta antipático o no piensa como querríamos. En una campaña
política denigrar a un adversario es hacerle perder votos. En la vida profesional,
si quiero ascender y tengo un rival, es fácil llenarlo de fango con pequeños
comentarios aquí y allá para que los jefes lo dejen de lado y me permitan
ocupar el puesto que anhelo. Un chico enamorado que ve cómo su Eufemia quiere
más a otro puede ceder a la tentación de soltar de vez en cuando alguna alusión
sobre la mala fama del competidor para ver si así puede llegar a conquistar a
quien todavía no le quiere.
Algunas campañas denigratorias están
organizadas a nivel nacional o internacional. La historia nos cuenta casos de
sistemas políticos que han pagado o amenazado a varios testigos para que acusen
a personas inocentes de delitos que nunca cometieron, con el fin de condenarlos
o, al menos, destruir su imagen pública. Gracias a Dios, un poco de cultura nos
puede defender ante esas calumnias organizadas por potentes grupos económicos o
de presión social. Pero, por desgracia, algunos viven bajo la extraña lógica de
que toda persona es culpable hasta que no se demuestre lo contrario, cuando el
derecho y la honradez nos tienen que llevar a pensar precisamente lo contrario...
No siempre es fácil castigar a los
calumniadores. La lengua es un mundo muy pequeño que se mueve con rapidez.
Basta una alusión, un susurro, y empieza un chisme a correr de aquí para allá.
Internet se ha convertido en un mundo en el que las calumnias aparecen con
rapidez, incluso de forma anónima, y muchos quedan enredados en la trampa de un
escándalo que enfanga el honor de un buen ciudadano.
Pero la verdad no puede ser destruida ni
por millones de palabras de mentira. Glauco sigue siendo hombre aunque esté
envuelto en miles de conchas marinas. El calumniador cree destruir a un
adversario, cuando lo único que hace es mostrar su bajeza humana y su espíritu
mezquino. Haremos bien en no tenerle por amigo: el que hoy destruye a los
lejanos cualquier día puede revolver sus palabras envenenadas contra nosotros
mismos...
Hace muchos años, el poeta Rubén Darío
nos dejó escritos unos versos sobre la calumnia:
sobre un diamante caer;
puede también de este modo
su fulgor obscurecer;
pero aunque el diamante todo
se encuentre de fango lleno,
el valor que lo hace bueno
no perderá ni un instante,
y ha de ser siempre diamante
por más que lo manche el cieno”.
Detrás del fango de los rumores y calumnias hay muchos diamantes que brillan. No todos los descubren. Es fácil pasar de boca en boca una mentira que ensucia la fama de los demás. Es difícil tener una mirada profunda capaz de descubrir los tesoros escondidos en cada corazón. Pero quien tiene un corazón bueno lo consigue, a pesar de las mil mentiras acumuladas a lo largo del tiempo. También si uno aparece como un Glauco, un monstruo con un corazón que puede ser bueno.
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