Autor: Fernando Pascual
El veneno entró en el alma.
Lecturas, conversaciones, blogs, pensamientos: un enjambre de insinuaciones e
ideas avanzaba, poco a poco, hasta sembrar angustias, sospechas, miedos,
desconfianza.
Otras veces el veneno entró
desde una injusticia: no es fácil vivir en paz cuando el daño vino de un amigo,
o cuando vimos a un ser querido bajo las garras de los opresores.
Es fácil envenenarse. En
ocasiones uno mismo deja correr sus pensamientos hasta encontrar culpables en
quienes nada malo han hecho, o busca voces malignas que siembran dudas y apagan
esperanzas. En otras ocasiones el veneno se insinúa desde quien dice ser amigo
y vierte sobre nosotros el veneno malévolo del aguijón que nos deja bien
clavado.
¿Cómo limpiar el alma cuando
ha quedado tocada por calumnias y murmuraciones, por sofismas y mentiras, por
propagandas que empujan al odio desde promesas de revoluciones que promoverían
la “justicia” y llevan al desastre? ¿Cómo superar las heridas profundas que
provocan los golpes que otros nos asestan?
Todo sería más fácil si
hubiéramos impedido al veneno hacer ingreso en nuestras almas, si nadie nos
hubiese dañado con sus palabras o con sus gestos. Pero ya estamos intoxicados.
Ahora, ¿qué podemos hacer?
Existe un camino difícil pero
hermoso para desintoxicarse: el perdón sincero. Cuesta, sobre todo si hemos
dejado de querer a un amigo bueno por culpa de calumniadores sin escrúpulos, o
cuando hemos roto la relación con una persona necesitada de ayuda pero atacada
continuamente por difamadores que dicen cosas ciertas pero bañadas con el
vinagre del odio y de la venganza.
Podemos dar un paso
importante desde el reconocimiento de nuestras propias faltas: también nosotros
necesitamos miradas amigas, corazones dispuestos al perdón y a la acogida,
espíritus nobles que busquen curar en vez de abrir, una y otra vez, viejas
heridas.
En lo más íntimo del alma, la
curación de nuestros males sólo puede llegar de las manos de un Dios
misericordia, capaz de borrar en la confesión nuestro pecado y de devolver esa
paz que viene del cielo.
Luego, al acoger el perdón,
al dar pasos concretos para romper nuestro pecado, podremos mirar a nuestro
alrededor con ojos buenos, llenos de misericordia. Estaremos más abiertos a la
verdad completa sobre nuestros prójimos. Dejaremos de lado lo que son sospechas
maliciosas o calumnias asesinas. Tendremos un espíritu bueno para perdonar a
quienes han caído en el drama del pecado y necesitan manos amigas para iniciar
el camino de la conversión sincera, no piedras de fariseos dispuestos a lapidar
a sus hermanos.
Así empezaremos a
desintoxicarnos, pues el alma que se descubre perdonada aprende a ver el mundo
con más profundidad: desde unos ojos llenos de misericordia, porque esa
misericordia la ha recibido desde el mismo corazón del Dios bueno.
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