Autor:
Fernando Pascual
La
caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 era inevitable por un simple
motivo: una vez que se concede libertad de movimiento a las personas, los muros
pierden su sentido.
La
cadena de eventos que culminó en la “muerte” del muro había tenido su inicio
con la apertura de fronteras entre Hungría y Austria en agosto de ese mismo año
1989. Pronto miles y miles de alemanes de Este empezaron a pasar por Hungría
hacia Austria: dieron así el “salto” más allá de la cortina de hierro.
Luego,
medidas, contramedidas, la decisión de permitir el libre tránsito a los
ciudadanos de Alemania Oriental, y la marea humana que hizo el muro
insostenible...
Han
pasado 25 años desde aquellos hechos. Para muchos que vivimos “en directo” esos
momentos, se trataba de algo inaudito, insospechado pocos meses antes. Las
reacciones de la gente desbordaron muchas previsiones. Iniciaba una nueva etapa
de la historia de Europa y del mundo entero.
Desde
luego, había un contexto que hizo posible aquella revolución pacífica. La Unión
Soviética había sufrido una humillante derrota en Afganistán y comenzaba un
periodo de reformas. Polonia avanzaba hacia la democracia y la libertad. Los
demás países del Pacto de Varsovia no podían quedar al margen del nuevo aire
que se respiraba en muchas partes.
Desde
Roma, un papa polaco invitaba a superar los miedos y a reconocer la dignidad de
todo ser humano, al mismo tiempo que denunciaba las mentiras y las injusticias
de los sistemas totalitarios. Juan Pablo II dejó en su tiempo una huella que no
podía no tener consecuencias importantes.
Y
llegó el día 9 de noviembre de 1989. Una rueda de prensa por parte de las
autoridades de la Alemania Oriental daba el pistoletazo: era posible viajar al
extranjero sin permiso. El muro tenía sus horas contadas.
Lo
que sucedió desde ese momento superó las expectativas. Miles y miles de
berlineses del Este podían salir y abrazar a los berlineses del Oeste. La
policía no era capaz de controlar la situación. El muro perdía su sentido y
pronto empezó a ser demolido.
La
caída del muro de Berlín se convirtió en el símbolo de la caída de un sistema
opresor basado en el marxismo-leninismo. Hasta entonces, la mentira y el miedo
habían dominado durante años a millones de ciudadanos de buena parte de Europa.
Desde el otoño de 1989, los hechos se sucedieron rápidamente hasta llevar al
colapso de la opresión.
Un
inicio pequeño, la apertura de fronteras entre Hungría y Austria en agosto de
1989, tuvo consecuencias insospechadas. En cierto sentido, así ocurre en tantos
otros momentos de la historia. Quizá ahora, sin darnos cuenta, hechos que
parecen pequeños y circunscritos han dado el pistoletazo a cambios que pronto
nos dejarán estupefactos.
En
la larga marcha del devenir humano, también las decisiones de los que somos “gente
sencilla”, personas de la calle, ciudadanos “sin importancia”, dejan su huella.
En especial, quienes creemos en Cristo preparamos un mejor futuro, más próximo
o más lejano, para nuestros pueblos y para la humanidad entera, siempre que
actuamos unidos a Dios y llenos de esperanza.
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