Autor:
Max Silva Abbott
La reflexión sobre el hombre y su
dignidad ha avanzado como todo conocimiento humano a lo largo de la historia,
aunque actualmente se estén dando retrocesos y situaciones paradójicas a su
respecto.
Dicho de manera muy simple, el
reconocimiento de la calidad de ser humano de quienes no pertenecían al grupo
fue un proceso lento que duró varios siglos; y además, lo anterior no significó
de inmediato su consideración como personas, puesto que esto último se demoró
más tiempo aún.
De este modo, la noción de ser humano
solía ser más amplia que la de persona, pues esta última incluía a algunos de
ellos solamente; algo así como dos círculos, uno de los cuales –el que
representa a las personas– está completamente metido dentro del otro.
Ahora bien, en algún momento pareció que
ambos círculos, el de ser humano y el de persona, por fin coincidían: cuando se
aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos en 1948.
Por desgracia, muy poco tiempo después
el círculo de los considerados persona nuevamente comenzó a menguar, proceso
que ha seguido creciendo hasta el día de hoy. De este modo, los excluidos
serían algo así como “cosas humanas” –con todo lo contradictorio que resulta el
término–, lo que afecta especialmente a aquellos que se encuentran en una
situación más débil: no nacidos, moribundos, ancianos y niños.
Sin embargo, a diferencia de otras
épocas, hoy existen corrientes que pretenden no solo excluir a ciertos seres
humanos de la calidad de persona, sino además, incluir a seres no humanos
dentro de dicho carácter.
De esta forma, si volvemos al ejemplo de
los círculos, ahora el que representa a los que son considerados persona no
está encerrado dentro del que representa a los seres humanos ni coincide totalmente
con él, sino que saliéndose del mismo, abarca a otros entes. Dicho de otro
modo: ambos círculos poseen una intersección, que representa a los “seres
humanos-persona” y dos sectores en que cada uno se encuentra solo, sin
solaparse, representando uno a los “seres humanos-no persona” (o si se
prefiere, a las “cosas humanas”) y el otro a los “persona-no seres humanos”, o
si se quiere, a los “animales-persona”.
Es por eso que en vastos sectores se
trata mucho mejor a diferentes animales e incluso vegetales que a determinados
miembros de nuestra especie, lo que explica que a la par que crece la
mentalidad ecologista (convertida incluso en una auténtica religión), se atente
cada vez de forma más atroz contra la vida de algunos seres humanos.
Ahora bien, uno de los problemas de esta
tendencia es que todos podemos perder nuestra calidad de persona. ¿Correremos
el riesgo?
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