7 de septiembre de 2015

¿Cómo se siente uno?



Autor: Fernando Pascual

Empiezo una nueva actividad: un trabajo, un paseo, un deporte, un libro, una música.

Pronto surgen las preguntas: ¿me gusta? ¿Me siento bien? ¿Estoy satisfecho? Otras veces son otros los que nos lanzan la pregunta: ¿cómo te va? ¿Estás a gusto?

Detrás de este tipo de interrogantes hay un deseo de valorar lo que llevamos entre manos. En cierto sentido, parecería que lo que hacemos sería “mejor” si suscita buenos sentimientos, mientras sería “peor” si desencadena sentimientos negativos.


Las preguntas sobre cómo se siente uno miran hacia el interior del alma. En cada actividad despertamos sentimientos de satisfacción o de aburrimiento, de entusiasmo o de desgana, de esperanza o de miedo.

Si vamos más en profundidad, descubrimos cómo esos sentimientos surgen desde expectativas, desde sueños, desde deseos íntimos. Surgen también desde el mismo funcionamiento de nuestro cuerpo: algunas actividades físicas o simplemente las consecuencias de una mala digestión suscitan emociones más o menos concretas de desgana, de cansancio, de pereza, de enojo.

Sin embargo, ¿son los sentimientos el parámetro adecuado para valorar la bondad o la maldad de lo que hacemos? ¿No deberíamos ir más a fondo y buscar puntos de referencia de mayor peso?

Ciertamente, los sentimientos tienen su papel en la propia vida, aunque no son lo único importante. Limitar nuestra atención a lo que sentimos no es correcto. Cada ser humano puede acometer actividades incluso desagradables y molestas por ideales nobles. Las pondrá en práctica si piensa con una inteligencia que descubre principios verdaderos y si actúa con una voluntad que ama por encima de lo que susurren (o griten) nuestros sentimientos.

Ayudar, limpiar, dar de comer, escuchar un día sí y otro también a un anciano cuesta, incluso en algunos provoca sentimientos de desgana o de aburrimiento. Pero quien ha optado por un servicio difícil, incluso contrario a las reacciones emotivas, tiene puesta su mirada no en lo que le cuesta, sino en la ayuda que el otro está recibiendo.

En vez de preguntar cómo se siente uno, deberíamos preguntar si uno está realizando algo que vale la pena. Ese es el tema decisivo a la hora de escoger actividades y proyectos buenos y de perseverar en los mismos. Si así lo hacemos, construimos un mundo menos egoísta y más abierto a la belleza y al bien, a la justicia y al amor, a los hombres y a Dios.

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