Autor: Fernando Pascual
Desde pequeños, preguntamos sobre los porqués de tantas cosas. Incluso ya de mayores, preguntamos por qué buscamos los porqués...
Así,
queremos saber por qué llueve, por qué las estrellas brillan, por qué algunas
personas dicen mentiras, por qué algunos sienten miedo al caminar por ciertas
calles.
Las respuestas a esas preguntas varían según las posibles perspectivas en las que cada uno se sitúa. En el pasado, la lluvia podía tener una explicación mitológica. En el presente, también hay quienes explican con mitos algunos fenómenos humanos, mientras otras optan por explicaciones científicas.
Salta
a la vista las diferencias entre unas respuestas y otras. Uno afirma que
nuestras decisiones están determinadas por mecanismos neuronales, mientras que
otro atribuye los “actos libres” a las presiones sociales...
En
muchas ocasiones, llegamos a la conclusión de que no conocemos la causa de este
accidente absurdo, de esta respuesta extraña de un amigo, de este dolor
punzante en la cabeza a ciertas horas del día.
Esa
conclusión puede llevarnos a dejar a un lado la búsqueda de las causas, pero
normalmente, en muchos temas, nos impulsa a seguir en camino hasta encontrar
respuestas que tengan un alto índice de exactitud.
Para
algunos, la búsqueda de las causas puede llegar a convertirse en un asunto
radical, hasta llegar a preguntas que caracterizan la filosofía: ¿por qué
existimos? ¿Por qué buscamos alcanzar metas? ¿Por qué necesitamos esperanzas?
Diferentes
filósofos han ofrecido teorías muy variadas, incluso no han faltado algunos que
aconsejan no dar respuestas y limitarnos a seguir en una búsqueda indefinida y
siempre insuficiente.
Otras
respuestas vienen del mundo de la religión, especialmente de aquella surgida
tras la venida de Cristo y que ha propuesto, como explicación última y
definitiva sobre la existencia humana, el mensaje del Maestro venido de
Galilea.
La vida, con sus exigencias continuas y sus tareas complejas, no puede arrastrarnos hasta el punto de dejar a un lado la búsqueda de las causas. Porque solo tiene sentido pleno nuestra existencia humana cuando logramos una buena respuesta a la pregunta decisiva: ¿por qué y para qué existo?
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