Autor: Max Silva Abbott
Luego de su aprobación en la Cámara, el
proyecto de ley de aborto ha pasado al Senado, previéndose una larga disputa a
su respecto. Ahora bien, un aspecto que nunca he podido entender, es con qué
autoridad, quienes propugnan por el aborto pretenden quitarle la calidad de
persona al no nacido, aunque esto no se diga siempre de manera expresa. En
efecto, en una época en que tanto se clama por la igualdad y la no
discriminación, parece inaceptable que un grupo decida que otro, el de los no
nacidos, no son “de los suyos” y como consecuencia de tan tajante juicio, consideren
que pueden disponer libremente de ellos. Y además, que lo hagan en nombre de
los derechos humanos.
No entiendo lo anterior, insisto, ya que
los derechos humanos, por esencia, o son universales o sencillamente, no son,
se convierten en una mentira. Y por ser universales, deben predicarse de todos
y cada uno de los seres humanos –los embriones lo son– sin más consideración
que su calidad de tal (en particular en lo que se refiere a la vida), sin tener
legitimidad para exigir ningún requisito más. Lo contrario, esto es,
condicionar la titularidad de estos derechos, es matar no solo a estos seres
humanos injustamente desposeídos, sino a los mismos derechos humanos que
paradójicamente se dice defender.