La
Europa cristiana del siglo XVI entendía el Mediterráneo como «un gran sistema
de defensas concéntricas, en cuyo núcleo estaba Roma, torreón del Señor,
continuamente asediado por la horda de bárbaros» (Roger Crowley, Imperios
del mar).
Durante
cuarenta años estas murallas de la cristiandad habían ido cayendo ante el implacable
avance del aparato militar otomano. Después de la caída de Rodas había llegado
el turno de Malta, último enclave militar cuya pérdida supondría dejar las
puertas abiertas para una invasión turca en la península itálica y tal vez en
el resto de Europa.