Autor: Fernando Pascual
Sentimos dolor, rabia, ante tantos ataques a Cristo, a la Iglesia, al Papa, a los católicos. Vemos con pena profunda cómo “artistas” se burlan de la Cruz, cómo personajes de la vida pública dicen que los símbolos religiosos “sobran”, cómo se producen, aquí y allá, profanaciones de iglesias, ataques al Sacramento de la Eucaristía, destrucción de imágenes de la Virgen.
Vemos, tocamos, la acción de enemigos rabiosos que muestran su desprecio hacia la fe católica en la televisión, el cine, la radio, la prensa, la literatura, el internet. Pero a veces no nos damos cuenta de un enemigo interior, que entra en los hogares, que anida en los corazones, que destruye, poco a poco, el tesoro de la gracia en nuestras vidas.
Muchas veces el enemigo está dentro. Porque el peor daño que hacemos a nuestra Iglesia nace precisamente de la apatía, de la tibieza, de la incoherencia, de la cobardía, de la mundanidad en la que viven (vivimos, hemos de decirlo con pena) muchos católicos.