12 de septiembre de 2022

El fenómeno del aborto

Autor: Bosco Aguirre

El aborto es una realidad social. Se ha difundido en muchos países, se ha legalizado para muchos casos y por motivos diversos, se sigue practicando de modo ilegal tanto en países donde el aborto está prohibido como en países donde es permitido o despenalizado.

Ante este fenómeno, caben varias actitudes muy diferentes entre sí. La primera consiste en la satisfacción: aplaudir y aprobar el recurso al aborto como algo normal, como un método más o menos sencillo para terminar con embarazos “no deseados” (no deseados por la mujer o por otras personas que ejercen presión sobre ella).

Algunos consideran el fenómeno como un logro de la emancipación femenina. Otros lo ven incluso como una fuente de ingresos: muchos abortos se realizan en clínicas privadas, a precios que permiten buenas ganancias (obtenidas gracias a pagos de particulares o de administraciones públicas). Existe la posibilidad (hecha realidad en algunos casos que de vez en cuando aparecen en la prensa) de aprovechar los “residuos” del aborto para industrias cosméticas u otro tipo de actividades no muy loables.

Seguramente serán pocos los que se sientan identificados con esta primera actitud, la cual, por el nivel de cinismo que encierra en algunos, y por la superficialidad con la que otros afrontan un auténtico drama para la mujer y para la vida truncada del hijo, merece ser repudiada. Hemos de reconocer, sin embargo, que aunque sean pocos los que aplauden el aborto como algo bueno o rentable, pueden tener un cierto peso social o acceso facilitado a los medios de comunicación para promover leyes cada vez más tolerantes respeto a las distintas prácticas abortivas.

La segunda actitud consiste en una cierta preocupación ante el aborto como drama de las personas y de las sociedades, como algo que sería preferible evitar, pero sin llegar a una condena del aborto como si fuese algo intrínsecamente malo. En otras palabras, el aborto sería algo negativo, pero no debería ser castigado desde el punto de vista del derecho penal.

Bajo esta segunda actitud caben muchas variantes. Para algunos, el aborto sería sólo una especie de mal menor, una intervención quirúrgica con algunos riesgos, algo no ciertamente deseable pero permitido en ciertas situaciones especialmente dramáticas.

No hay un total acuerdo sobre cuáles puedan ser tales situaciones de permisión del aborto. Se enumeran, normalmente, las siguientes (algunos aceptan varias de ellas, otros todas, otros sólo algunas pocas): los casos de embarazo surgidos a raíz de una violación; el grave peligro para la salud de la madre; ciertos inconvenientes sociales (por ejemplo, peligro de perder el trabajo “por culpa” del embarazo); incapacidad económica, psíquica o social para asumir una maternidad (sobre todo en los casos de chicas adolescentes o de mujeres solteras); defectos más o menos relevantes en el hijo (embrión, feto); proyectos de selección (eliminar al feto si no tiene el sexo o alguna característica deseada). Algunos añaden el motivo del control de nacimientos: una mujer casada podría abortar cuando inicia el embarazo de un hijo que ya no “cabe” en la estrecha economía de su familia o en los planes sobre el número de hijos que una pareja se había prefijado como tope máximo.

No faltan quienes consideran que el aborto debería ser usado de modo excepcional. Pero la situación de promiscuidad sexual, o los fracasos de algunos métodos anticonceptivos, llevarían a dejar abierta la puerta a esta “solución” de emergencia.

Aunque se trate de un “mal menor”, quienes defienden el aborto en algunos de los casos anteriores creen que es derecho de la mujer (y deber de la sociedad) el que tales abortos sean seguros, es decir, realizados en condiciones de máxima higiene y sin graves peligros para la madre.

En el contexto de esta segunda actitud, muchos desearían encontrar estrategias para reducir el número de abortos a través de la difusión de la educación sexual y de la facilitación del acceso a anticonceptivos eficaces. De este modo, piensan, las mujeres evitarían el encontrarse con un embarazo no deseado que les llevaría a plantearse la opción (muchas veces dramática y dolorosa) de abortar, porque simplemente podrían escoger cómo y cuándo iniciar un embarazo.

Esta política de prevención de embarazos, sin embargo, no está dando los resultados esperados. Muchas mujeres inician sus relaciones sexuales a muy temprana edad. A pesar de tener información sobre métodos anticonceptivos, son cada vez más las adolescentes que inician un embarazo precoz. A la vez, muchas mujeres adultas, solteras o casadas, en edad fértil, reciben con angustia la noticia de embarazos no esperados a pesar de haber usado algún método anticonceptivo.

Además, resulta cada vez más evidente la conexión que existe entre mentalidad anticonceptiva y aborto, en cuanto que el aborto es visto como “último recurso” y, por lo tanto, como una especie de método anticonceptivo de emergencia. Incluso no ha faltado alguna voz, ciertamente llena de cinismo, que ha alabado como más “ecológico” el aborto que las píldoras; o incluso, con una actitud que no merece calificativos, el recurso al infanticidio inmediatamente después del nacimiento del hijo no deseado, por ser en ocasiones menos peligroso que un aborto quirúrgico...

La tercera actitud ante el fenómeno del aborto es la de quienes consideran todo aborto como algo siempre negativo. Afirman con decisión que en cada aborto es eliminado un hijo que, simplemente por ser lo que es, merece respeto y apoyo.

Dentro de esta actitud cabe señalar, nuevamente, una serie de variantes, que podemos resumir en dos grandes grupos. En el primer grupo, se subraya la necesidad de una amplia educación que permita decidir cuándo y cómo iniciar un embarazo. Se trataría de una educación sexual abierta y respetuosa de las opciones de las personas, en la que cabe, como algo lícito, la enseñanza de las distintas técnicas anticonceptivas, sin excluir la posibilidad de la esterilización. Sin embargo, se deja claro la negatividad del aborto y, por lo mismo, se promueve una cultura de respeto hacia cualquier embarazo ya iniciado, en función tanto del bien de la mujer que comienza a ser madre, como en función del respeto del hijo que ya existe y que vale, aunque sea de un sexo o de otro, de una raza o de otra, goce de salud o tenga algunos defectos o enfermedades.

En el segundo grupo, también se defiende la necesidad de una correcta educación a la responsabilidad en lo que se refiere a la vida sexual y a la fecundidad que pueda originarse de la misma, pero en tal educación los métodos anticonceptivos son presentados como algo negativo por crear una mentalidad que puede trivializar el sexo y abrir el paso al aborto como “solución de emergencia”. Se excluye, igualmente, la esterilización (voluntaria o forzada) como método preventivo, en cuando implica una mutilación que afecta no sólo a quien se esteriliza, sino a la posible (o real) pareja que se ve privada de descendencia por la decisión tomada por la otra parte, o incluso a la misma persona esterilizada que puede repensar su opción en futuro.

Esta educación, que mira a la responsabilidad y que no acepta la anticoncepción, promueve una visión positiva de la sexualidad, a través de la enseñanza de valores que muestran cómo la vida sexual activa, a nivel genital, sólo conviene dentro de una unión estable y profunda como la que debería darse en el matrimonio. Es decir, promueve los valores de la abstinencia antes del matrimonio, y de la fidelidad entre quienes ya son esposos.

Algunos verán como utópico el proyecto de este último grupo. Si por utopía se entiende defender unos valores que no todos asumen, habría que reconocer que toda la vida social es “utópica”, pues por siglos no se han suprimido fenómenos como el robo o la corrupción, a pesar de que cientos de veces se ha trabajado por erradicar estos delitos.

Un proyecto educativo no se mide por el número de personas que lo rechazan, sino por la posibilidad que tiene de ser aceptado y vivido por quienes lo reciben. En ese sentido, decir que la abstinencia y la fidelidad son imposibles es despreciar a los jóvenes y a los adultos, cuando la historia nos dice que en el pasado y en el presente millones de hombres y mujeres han sido capaces de asumir tales valores.

Para quienes no lo logren, por los motivos que sean, ofrecerles una atención y una ayuda cuando inicia un embarazo no deseado será, seguramente, algo mucho mejor que impulsarles a un aborto fácil que deja huellas profundas en la madre (y también en el padre, no hay que olvidarlo), y que atenta contra el derecho del hijo a ser acogido, si no por quienes permitieron su concepción, al menos por otras familias (y son muchísimas) que estarían dispuestas a adoptarlo con respeto y con amor.

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