16 de febrero de 2015

¿Es posible vivir sin prisas?



Autor: Celso Júlio da Silva

Crecen las ciudades, crecen los ruidos, crece el consumismo, crecen nuestros niños, crecen las deudas, crecen los problemas, crecen los dolores de cabeza, crecen las depresiones, crecen los consultorios de los psicólogos… y todo es porque discretamente crecen nuestras prisas.

Hay prisa en el trabajo, prisa en el colegio, prisa en la universidad. Prisas que realmente nos hacen estar en todas partes, sin muchas veces estar en ningún lugar. Nuestras prisas se han vuelto un veneno que nos mata poco a poco. Incluso pueden enfriar nuestras relaciones humanas dentro de casa, entre amigos, entre compañeros de trabajo o de estudio.


Este alud de prisas nos ha quitado la capacidad sincera de mirar al otro y desearle a cada mañana un “buenos días”. Seguimos a rajatabla un horario, un calendario, una agenda a desbordar, y las manecillas del reloj van sugiriendo a cada ser humano recordar que la vida es una y el tiempo es corto. Conclusión: ¡acelérale!

Estamos de paso por esta tierra, y encima llevamos sobre los hombros prisas que no nos hacen ningún bien. Hay quienes no quieren morir, pero tampoco saben vivir y se asfixian por los muchos quehaceres, aún necesarios, que esta vida conlleva. ¡Tanta prisa, Dios mío! ¿Para qué? ¿Cuál es el destino que hace correr a tanta gente de un lado para otro?

Al final de nuestras “prisas”, si me permite san Juan de la cruz, nos examinarán del amor. Aquel pasar de largo sin saludar a nadie, aquel desviar la mirada de los ojos de un pobre o de un enfermo, aquel “no tengo tiempo para ti” de padre a hijo, de hijo a padre, de esposo a esposa y viceversa, todo por causa de las prisas, serán la triste causa de aquel “no te conozco” que saldrá del corazón de Dios. Cuando nos hechizan las prisas diarias y no hacemos caso del prójimo, tampoco tenemos tiempo para Dios.

La vida es una y el tiempo nos apura. Sin embargo, la sabiduría cristiana nos hace conscientes de que no tenemos morada fija en esta tierra y nos invita a reflexionar: ¿adónde vamos? ¿A Quién vamos?

Nuestras jornadas, incluso envueltas por tantas prisas, nos permiten ver que, en el fondo, existe un destino hermoso que nos espera. Si lo reconocemos, el panorama de nuestra vida cambiará completamente. Y, aunque todavía quede mucho por hacer, encontraremos tiempo para Dios y para los demás, y superaremos la enfermedad actual de esas prisas que nos sofocan. Sólo entonces comenzaremos a ser realmente libres y felices.

No hay comentarios: