14 de septiembre de 2015

Manifestaciones y guerras de cifras



Autor: Fernando Pascual

Casi se ha convertido en una rutina. Tras la manifestación, los organizadores dan una cifra, las autoridades locales otra, la policía otra, los partidos otras, los medios de comunicación otras. Al final algunos quedan contentos con los resultados y con las cifras, otros enfadados, y muchos confundidos.

Las guerras de cifras tiene varios motivos. El primero es muy sencillo: los organizadores creen que si participan más personas a su manifestación quedaría demostrado que “la gente” (o la mayoría) apoya sus peticiones, sus ideas, sus propuestas. Al revés, los enemigos de la manifestación suponen que si son pocas (o si se dice que son pocas) las personas que participen en la misma, resultaría evidente que el pueblo (la mayoría del pueblo, al menos) no apoyaría a los convocantes, sino a quienes piensan lo contrario.


Este motivo se basa en otro, muy relacionado con el anterior: suponer que una idea vale más, es mejor, si es apoyada por muchos; y que una idea vale menos, es peor, si cuenta con menos apoyos.

Hay un fondo de verdad en este presupuesto: lo verdadero atrae a la gente, gusta y genera consenso. Pero en la vida concreta, en la situación cultural en la que viven algunos pueblos, ocurre muchas veces que los prejuicios dominan, que las ideologías engañan a la gente. Por eso es posible que una multitud apoye, defienda y grite a favor de una idea falsa, como también es posible que un grupo pequeño de manifestantes defienda y luche por algo verdadero y bueno.

En otras palabras, la verdad o la mentira de una propuesta no depende del número de personas que la apoyen. Sócrates, en ese sentido, conserva toda su actualidad: los aplausos no deciden quién tiene la razón en un debate. Lo que importa son los argumentos basados en la verdad y capaces de generar convicciones correctas.

Hay un tercer motivo, unido a los anteriores, que explica la “guerra de cifras” tras las manifestaciones: aceptar como principio que “todos mienten” a la hora de dar cifras. Entonces, algunos optan también por mentir, por vivir según lo que “todos hacen”. Entran en la lucha de cifras como los demás: dan números falsos (agrandados o disminuidos) para ver si el dato favorable al propio grupo (a los que apoyaron la manifestación, a los que se opusieron a ella) logra “imponerse” sobre el dato defendido por los otros.

Este modo de actuar muestra bajeza humana y daña enormemente la vida social: nunca se debe mentir, ni siquiera para apoyar ideas buenas que hayan sido defendidas por una manifestación, o para atacar ideas malas enarboladas por otra manifestación.

Alguien dirá que no corresponde a los periodistas ir a contar cuántas personas van a una manifestación, pues técnicamente hay multitudes que son difícilmente cuantificables. Pero sí corresponde a los periodistas, a los organizadores, a la sociedad entera, rechazar cualquier mentira (orientada a rebajar números o a engordarlos), y buscar modos serios para cuantificar lo cuantificable. ¿Es que todavía no existen métodos “científicos” para decir cuánta gente participa en un acto público?

Pero, más a fondo, periodistas y gente de a pie, partidos y asociaciones, pueden dejar de lado las guerras de cifras para ir a lo esencial: al valor de las ideas, a la bondad (o malicia) de las propuestas.

Existe un dicho por ahí que dice: hay quien tiene la razón, pero la pierde. El dicho es inexacto, pues 2+2 son siempre 4, aunque alguien defienda esa verdad de malas maneras. Pero también encierra una idea válida: luchar por una idea buena y justa no otorga ninguna patente para mentir, como tampoco es correcto mentir para combatir una idea mala.

Parece un sueño pensar que algún día terminarán las guerras de cifras, porque ello implica superar aquellas actitudes que provocan esas guerras. Parece un sueño, pero es posible.

Para ello, es urgente erradicar prejuicios y mentalidades dañinas, basadas en la falsa idea de que la “verdad” depende de los números, y en la actitud que lleva a mentir para defender la propia bandera. Entonces será posible, de modo honesto, confrontar las diversas posiciones para encontrar aquellas verdades que permiten construir sociedades justas y buenas.

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