12 de noviembre de 2018

Cegueras y sensibilidades


Autor: Fernando Pascual

Por la calle, alguien abre un caramelo y tira al suelo el papel. No percibe que está ensuciando un espacio público.

En el trabajo, alguien sale de un despacho y deja las luces encendidas. No capta que desperdicia electricidad.

En el metro, alguien pasa de prisa junto a un ciego que mueve su bastón para evitar tropiezos. No se da cuenta de la necesidad de ayuda de ese ciego.


En casa, alguien se lava las manos y deja por un rato el grifo abierto. No siente que está tirando agua allí donde resulta un bien precioso.

La lista podría ser más larga y sobre muchos aspectos. El punto común en esas situaciones radica en cierta ceguera ante bienes y necesidades.

¿Por qué no “vemos” el daño que producen acciones que ejecutamos casi mecánicamente? ¿Por qué no percibimos necesidades en personas que están a nuestro lado?

Las “cegueras” que nos acompañan tienen orígenes diferentes. Uno, la prisa que nos lanza a buscar solo lo nuestro sin percibir lo ajeno. Otro, la pereza: cuesta estar disponibles para otros. Otro, simplemente, falta de educación: nunca habíamos pensado que el agua es un bien precioso.

Para vencer esas cegueras, hace falta formar correctamente la mente y el corazón. Así abriremos los ojos interiores y exteriores, seremos capaces de apartarnos de acciones irresponsables y dañinas, y promoveremos otras abiertas al bien, a la justicia, a la verdad, al amor.

En un mundo lleno de prisas, de estímulos, de mensajes, de imágenes, un buen cultivo de la sensibilidad del corazón nos hará más abiertos y disponibles, más generosos y alegres. Entonces dejaremos de lado dependencias que nos asfixian, y contaremos con más tiempo para amar a Dios y a tantos seres humanos necesitados de ayuda y de cariño verdadero.

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