17 de diciembre de 2018

Omnes feriunt, ultima necat


Autor: Álvaro Correa

Los relojes de sol datan de tiempos remotos. Fueron usados por los babilonios y egipcios, por los griegos y romanos...

Indagar en su origen y mecanismo es algo sumamente interesante. Bastaría saber que el obelisco de la plaza de San Pedro en el Vaticano, el de la Concordia en París, o el del Hipódromo de Constantinopla son el llamado “gnomon” (índice) cuya sombra indica la posición del sol sobre una escala.

Algo igualmente interesante es analizar las frases latinas escritas en esos mismos relojes y que posteriormente se acuñaron en los campanarios de varias iglesias.


Una de las más conocidas es la siguiente: “Omnes feriunt, ultima necat” (Todas las horas hieren, la última mata), así como otras versiones con idéntico sentido: “Vulnerant omnes, ultima necat” y “Laedunt omnes, ultima necat”.

En cuatro palabras se nos ofrece un camino largo para reflexionar sobre el paso del tiempo, sobre nuestro desgaste de hora en hora, sobre lo efímero de la existencia terrena.

Todas las horas hieren, es decir, cada hora nos envejece, cada hora que pasa recorta nuestra vida… La última mata, es decir, las manecillas del reloj llegarán a una hora final y se detendrá el tiempo.

Esta reflexión existencial es siempre provechosa y necesaria para todos, especialmente para aquellas personas cuya manera de pensar y comportamiento responden a una actitud de inmadurez ante el grandioso e irrepetible don de la vida.

Ahora bien, nuestra fe cristiana nos permite trascender una visión meramente material y temporal. Cristo, al asumir nuestra naturaleza terrena, llenó de eternidad esas pocas horas que cada ser humano recorre en este mundo.

Su amor divino ha hecho que cada hora de nuestra vida sea un paso hacia el encuentro feliz y definitivo con Él. Cristo ha redimido nuestro tiempo…

Esto nos permitiría modificar o completar las frases entorno a los relojes de sol. Cada quien podría hacerlo de acuerdo al amor que abrigue en su corazón, de acuerdo al caudal de gracia santificante que alimente su vida.

Y así, “todas las horas hieren, la última mata” podría pasar a ser “todas las horas son el camino y la última la llegada” o bien “todas las horas nos santifican, la última nos bendice”…

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