Autor: Fernando Pascual
El calificativo “ultracatólico”
aparece en algunos debates y ante algunas personas o grupos, por lo que
conviene reflexionar un momento sobre el mismo.
La palabra usa el prefijo “ultra”,
que da un matiz de exageración al término al que acompaña. En ocasiones,
también tiene el sentido de peligroso, fanático, exagerado.
Su uso en política
(ultraderecha, ultraizquierda, ultraliberal, etc.) suele servir para
descalificar a los extremos del abanico político. Lo que es “ultra” tiene un
matiz más o menos fuerte de extremista.
La otra parte de la palabra es
“católico”. Por la misma se indica a un miembro de la Iglesia católica, sea por
su pertenencia “sociológica”, sea, de un modo más concreto, por sus convicciones
personales.
Entonces, ¿cómo entender la
palabra “ultracatólico”? Se podrían elencar varias posibilidades:
1. Alguien que cree de modo
exagerado en su fe católica.
2. Alguien que vive su
catolicismo de modo fanático.
3. Alguien que es más papista
que el Papa.
4. Alguien que toma el
catolicismo como bandera para despreciar otras posiciones o incluso otras
personas.
5. Alguien que incurre en el
fundamentalismo desde sus creencias católicas.
6. Alguien que busca imponer
el catolicismo como religión de Estado.
El elenco podría ser más
largo. En general, la lista alude a modos de pensar y de actuar que, vistos
como negativos, son fácilmente condenables en el mundo moderno.
Lo que parece incorrecto es
usar ese término a quien suponga que la Iglesia católica fue fundada por
Cristo, o a quien piense que el pecado ofende a Dios, o a quien afirme que va a
haber un juicio tras la muerte.
Porque esas creencias son
parte integrantes de la fe católica, lo cual haría que todos los católicos
verdaderos fueran personas “ultracatólicas”. Quienes no acepten esas verdades,
aunque digan que rezan a la Virgen o aplaudan al Papa, no serían católicos.
Otro aspecto es que muchas
veces se usa el término ultracatólico como ataque a personas que van contra el
aborto o la eutanasia, como si defender la vida del hijo no nacido o de quien
sufre enormemente fuese algo exclusivo del catolicismo, cuando es simplemente
parte de la justicia.
Un ataque así vicia el diálogo
y genera, en ocasiones, tensiones. Porque si uno que va contra el aborto es
tachado como ultracatólico, ¿no habría que responder que quien defiende el
aborto es un ultralibertario que está a favor de la eliminación de seres humanos
antes de nacer?
Un buen debate público evita
usar adjetivos denigratorios que buscan acallar a quien piensa de otra manera,
para escuchar los razonamientos y afrontarlos seriamente. Por lo mismo, ante
quienes abusan del término “ultra” (no solo aplicado a católicos), vale la pena
una invitación amistosa: dejemos a un lado descalificaciones, respetemos a las
personas, y vayamos, a fondo, a los temas sobre los que dependen la vida (o la
muerte) de miles de seres humanos.
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