27 de noviembre de 2023

¿Sociología o ética?

Autor: Fernando Pascual

La ética nos dice lo que tenemos que hacer y lo que tenemos que evitar. También cuando hay que oponerse a algunos o a muchos. También cuando hay que enfrentarse con los “poderosos” o con aquellos de los que dependemos en mayor o menor medida.

Por eso no parece correcto reducir la ética a la sociología. La sociología estudia los distintos comportamientos que se dan en un grupo social, en un determinado periodo de su proceso histórico. Nos dice lo que se hace, no si está bien el hacerlo o el no hacerlo.

La sociología nos dice, por ejemplo, que en tal lugar de África los adultos practican la mutilación femenina, o que en Europa muchas mujeres piden el aborto, o que en América hay pueblos donde la corrupción resulta algo tan corriente como la luna llena cada 28 días.

Sabemos, sin embargo, que lo que resulta aceptado por un grupo, lo que es realizado por la mayoría o por muchos, no se convierte, automáticamente, en algo “ético”. De lo contrario, nadie podría oponerse a ninguna costumbre. Ni a la esclavitud, ni al abuso “institucionalizado” de los hombres sobre las mujeres (como en algunas sociedades no muy lejanas), ni a la violencia contra las personas por motivo de su inclinación sexual, ni a ciertos modos de actuar, como el fumar, que sabemos son altamente perjudiciales para el fumador y para quienes están a su lado.

La ética inicia cuando nos preguntamos: este acto, esta costumbre, esta posibilidad, ¿está bien o está mal?

La pregunta nos invita a ir más a fondo: ¿qué significa que un acto sea “bueno” desde el punto de vista ético, y que otro sea “malo”?

Hay muchas teorías que han intentado responder a estas preguntas. Queda ya descartado el criterio sociológico: algo no es bueno o malo simplemente porque sea realizado por muchos en la sociedad, sea admitido o prohibido por un grupo, por sus leyes o por las costumbres más o menos aceptadas, aunque sean costumbres que sigan en pie durante siglos.

Entonces, ¿qué criterio nos puede ayudar a formular un juicio ético? Algunos autores han defendido el criterio del placer. Un acto sería bueno si ofrece un placer o una satisfacción en quien lo realiza. Autores como Epicuro, Jeremy Bentham y John Stuart Mill pueden representar este punto de vista.

Surgen, sin embargo, muchos problemas. ¿Cómo entender la palabra “placer”? ¿Todo placer es “bueno” simplemente por ser placer? ¿Hay límites al placer? ¿No existen placeres injustos, como los que se producen al hacer sufrir a otros? Ya los antiguos habían notados estas dificultades. Bastaría con volver a leer a Platón o a Aristóteles para darnos cuenta de que el placer no permite decidir si una acción es buena (desde el punto de vista ético) o no.

Otros autores han establecido, como criterio ético, el poder o la fama. Sería bueno aquello que hace que una persona sea apreciada, reconocida, alabada, o que crezca en su poder político o social. El defensor clásico de esta teoría es un griego, Calicles, un personaje real o imaginario que defendía, con un cinismo absoluto, que lo bueno era imponerse sobre los demás, y lo que luego uno pueda realizar gracias a su situación de superioridad. En cierto sentido, algunas ideas de Nietzsche pueden colocarse como propias de esta teoría.

La teoría del poder y la fama como criterios éticos también fue fuertemente criticada por Platón y por Aristóteles. Para estos autores, la ética debería llevar a la felicidad, y resulta muy extraño que la felicidad dependa de otros, pues es claro que no todos consiguen la fama, y que muchos famosos, muchos poderosos, un día, la pierden... Además, el poder sólo tiene valor en función de lo que uno puede hacer desde su posición privilegiada. Es decir, el poder sólo sirve en cuanto medio o instrumento para hacer algo, no en cuanto fin de nuestros actos. Una ética que tenga como objetivo el poder es una ética que ha convertido un instrumento en un fin.

Hay muchas otras teorías. Platón, Aristóteles, y, con ciertas diferencias, también san Agustín y santo Tomás, buscaron otros caminos para explicar en qué consiste lo bueno, qué permite que un acto adquiera un valor ético.

¿Cuál fue el camino que siguieron para construir sus teorías? Miraron al hombre, analizaron su naturaleza, su modo de ser. Y descubrieron que es propio del ser humano el tener dos dimensiones, una animal y otra espiritual.

Algunos llaman a esto dualismo y lo condenan así, sin más. No discutimos esto, por ahora. Simplemente, y en esto podemos estar todos de acuerdo, notamos en nuestro interior tendencias que responden a simples impulsos “animales”, y otras tendencias que controlan esos impulsos, si es que a veces no los anulan. Además, somos capaces de proponernos metas que van contra lo que pide el instinto, de buscar objetivos que no pueden venir de nuestra animalidad.

Usemos un ejemplo que nos viene de un diálogo de Platón. Tengo sed. Mi deseo instintivo quiere una sola cosa: beber. Si, además hace calor, quiero beber algo frío. Acabo de hacer una carrera, estoy sofocado. ¡Quiero beber! Me acercan un vaso de agua fría. El instinto brama, grita con fuerza: ¡bebe! De repente, reflexiono un poco, recuerdo un consejo del entrenador, y no bebo...

¿Qué ha pasado? Que ha habido en mí un choque de tendencias. La dimensión animal quería beber. La dimensión espiritual me ha dicho: no bebas agua fría ahora, pues es peligroso...

Admitidas las dos dimensiones en el ser humano, es claro que la dimensión espiritual puede controlar (a no ser que haya algún tipo de enfermedad psíquica) la dimensión animal. Otras veces, la dimensión espiritual se pone al servicio de la dimensión animal, pero no por ello dejan de ser distintas.

Cuando un hombre experimenta una fuerte pasión de ira que le lleva a cometer un crimen, no pierde por ello su capacidad de pensamiento. Incluso en algunos momentos, mientras descuartiza a su víctima, empieza a hacer cálculos y a planear cómo esconderla, cómo huir de la policía, qué hacer para parecer tranquilo. En otras palabras, sigue usando de su razón (espiritual) a pesar de estar actuando por su pasión (animal).

Aquí colocamos la pregunta de la ética: ¿cómo ordenar nuestros actos de forma que cada dimensión se realice plenamente, alcance su bien y el bien del conjunto? La respuesta, que ya intuyeron Platón y Aristóteles, es clara: el criterio ético consiste en ver si este acto desarrolla la dimensión más propia del ser humano, su racionalidad, lo cual redunda (no siempre) en el bien de la animalidad.

En otras palabras: lo propio del actuar humano, su bien verdadero, consiste en alcanzar aquellas verdades y aquella vida propia de su espiritualidad. En este sentido, somos felices cuando nos damos al estudio, cuando descubrimos la verdad. Somos felices, más en profundidad, cuando podemos amar a un ser que sea espiritual; espiritual como nosotros (ese “otro yo” que es el amigo o el esposo o esposa), espiritual por encima de nosotros (Dios).

Por lo tanto, un acto será éticamente correcto si nos lleva a alcanzar ese fin fundamental de la vida, el conocer y amar a seres espirituales como nosotros. A la vez, será éticamente correcto si realiza el orden o el modo justo de vivir nuestras tendencias animales, muchas de las cuales resultan “vitales” para mantenernos en la vida: aquí entra la ética de lo que se refiere al comer, al beber, al cuidado de nuestra salud, a la vida reproductiva, etc.

Detenemos aquí estas reflexiones. Quedan otros aspectos por analizar. Por ahora resulta claro que la ética no puede quedar reducida a la sociología. Lo que se haga en un grupo no es, ni mucho menos, siempre éticamente correcto.

Superar manera de actuar irracionales y contrarias a la ética, aunque estén de moda o sean impuestos por quienes controlan la opinión pública, será una señal de madurez y de progreso, aunque para llegar a esa meta haya que caminar contra corriente y sentirse, no pocas veces, un poco solos.

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