13 de noviembre de 2023

Más allá de las emergencias, vivir en gracia

Autor: Fernando Pascual

¿Un científico dice que no hay lugar para Dios en el universo? ¿Atacan al Papa por su historia pasada o sus acciones presentes? ¿Critican a la Iglesia por su modo de abordar el tema del sida? ¿Publican artículos que hablan de las muchas injusticias cometidas por católicos a lo largo de los siglos?

En seguida llegan respuestas por parte de católicos, algunos mejor preparados que otros, desde el deseo de precisar allí donde haga falta y de mostrar la falsedad de muchos ataques.

Existe, sin embargo, el peligro de vivir hasta tal punto a la defensiva que olvidemos o dejemos de lado puntos centrales de la vida cristiana.

Esto ocurre cuando uno vive pendiente de los ataques y críticas. Según vengan los “disparos”, vemos cómo investigar, responder, aclarar los diversos temas. Pero actuar así puede encadenarnos a lo inmediato, a aquellos argumentos que otros proponen, a veces con un martilleo repetitivo que cansa, hasta el punto de que dejamos de lado otros temas que son, quizá, mucho más urgentes.

Es cierto que dejar una crítica sin responder produce la sensación de que la misma tal vez contenga elementos de verdad. Si se trata de un dato falso, o de un dato verdadero pero presentado de modo manipulado, muchas personas de buena fe sacarán conclusiones equivocadas, quizá adoptarán posiciones hostiles y agresivas hacia la Iglesia. Por eso, es no sólo oportuno y necesario responder a los ataques que llegan por oleadas y desde el apoyo de grupos a veces muy poderosos que saben moverse bien en los medios de comunicación social.

Pero lo anterior no basta. El católico sabe que la mejor defensa es el conocimiento de la propia fe, la vivencia auténtica y convencida de los sacramentos, la oración constante y llena de esperanza, la caridad auténtica.

No podemos caer en la trampa de hablar continuamente de las cruzadas, la Inquisición, la conquista de América, los preservativos, la actuación de católicos concretos que colaboraron con dictaduras despiadadas. Hay que ir a fondo y ver maneras concretas para conocer quién fue Cristo, cuáles fueron sus enseñanzas, qué hicieron los Apóstoles y las primeras comunidades cristianas, cómo hablaban y escribían los Santos Padres, qué decidieron los primeros concilios universales y los concilios que siguieron a lo largo de los siglos, qué enseñan realmente los papas.

Al mismo tiempo, hay que promover, con explicaciones bien fundadas, la vida sacramental. Si un católico ha dejado de ir a misa los domingos; si no acude a la confesión tras haber caído en un pecado mortal, o al menos una vez al año; si no reza diariamente; si no estudia la Biblia; si no lee el Catecismo de la Iglesia Católica (en su forma completa o en su Compendio), se encontrará anémico, y sucumbirá fácilmente ante la primera novela que le explique que Jesús no murió en el Calvario, que la Resurrección habría sido simplemente la explosión de un polvorín preparado por Caifás para engañar a los pobres discípulos del profeta venido de Nazaret, o que han descubierto un así llamado “Evangelio de Judas” que desvelaría, finalmente, toda la verdad sobre el cristianismo.

Más allá de las respuestas a las distintas emergencias que surjan aquí y allá, lo realmente importante es vivir en gracia de Dios. Entonces tendremos fuerzas ante cualquier embestida del maligno, del mundo, de la carne, porque habremos construido nuestra vida sobre la roca que no puede fallar, Jesucristo; y porque seremos piedras vivas de un edificio construido no por manos de hombres, sino por Dios (cf. Ef 2,19-22).

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