Autor: Fernando Pascual
Es mejor saber que ignorar. Es mejor gozar de salud que estar
enfermo. Es mejor tener buenos amigos que sufrir acosado por malos enemigos. Es
mejor...
¿De dónde nace la idea de “mejor”? ¿Por qué continuamente
comparamos entre dos posibilidades, dos personas, dos objetos, y decimos que
uno es mejor que el otro?
La respuesta no es fácil. En parte, porque no hay criterios iguales para todos a la hora de pensar en lo mejor. En parte, porque lo mejor está unido, de modo inseparable, a su idea opuesta, lo peor. En parte, porque muchas veces nos equivocamos: eso que parecía mejor resulta ser peor...
A pesar de tantas dificultades, no podemos dejar de buscar lo
mejor en las mil opciones de la vida. Queremos los mejores zapatos en lo que se
refiere a comodidad, duración y limpieza. Queremos la mejor comida, más
balanceada, que promueva la salud y nos dé fuerzas para las actividades del
día. Queremos el mejor medio de transporte, seguro, barato y rápido.
También esos “mejores”, sin embargo, encierran niveles de
riesgo. Porque esa buena comida mañana me sentará mal. Porque ese tren tan
rápido quedó estropeado en un túnel. Porque mi mejor amigo un buen día
morirá...
¿Es, entonces, ilusorio buscar siempre lo mejor? ¿Hay que
rendirse ante los acontecimientos imprevistos o los continuos cambios de
temperaturas y de la salud? ¿Necesito resignarme a no encontrar nunca un amigo
que siempre esté allí para ayudar?
La verdad es que, en los mil caminos humanos, hay Alguien que
supera en mucho cualquier deseo bueno que pueda albergar en mi corazón
inquieto. Sí: existe un Dios, que es Padre, que es Amigo, que es Salvador.
Solo cuando mi mirada y mi corazón descansen en Dios, como
enseñaba san Agustín al inicio de sus “Confesiones”, estaré seguro de haber
encontrado lo mejor que cualquier ser humano pueda desear en esta vida y en la
eternidad.
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