Autor: Fernando Pascual
Hace años, el premio Nobel en medicina Christian De Duve
lanzó una frase provocativa: sin la promesa de paraísos magníficos habría menos
kamikazes...
La frase, por muy atractiva y actual que sea, con tantos
terroristas suicidas que matan por el mundo, no corresponde a la realidad. La
promesa del paraíso no origina en la gran inmensidad de los casos el acto
monstruoso del terrorista sanguinario. Porque un ser humano empieza a ser
terrorista cuando surgen en un corazón actitudes de profundo desprecio hacia el
otro, cuando en su corazón se da una negativa radical hacia cualquier gesto de
perdón.
Unas personas matan a otras porque odian, no porque quieran ganarse algún cielo. Es cierto que algunos odian por motivos religiosos, pero entonces hay que ver si la religión que dicen conocer promueve el odio, o si no han comprendido nada de nada de la religión a la que pertenecen.
Además, también hay odio entre ateos que nunca sueñan en el
cielo. Basta con repasar la triste historia de los lager en la Alemania nazi,
los gulags soviéticos o los «laogai» maoístas para descubrir que los más
horribles campos de muerte y de injusticia fueron ideados por enemigos rabiosos
de la religión que eran, además, enemigos de millones de seres humanos
inocentes.
Es cierto que también hay muchos ateos justos, hombres y
mujeres entregados al servicio de los más necesitados. Como también hay
millones y millones de personas de las grandes religiones del mundo que cada
día trabajan gustosamente por ayudar a pobres, ancianos y enfermos.
Los cristianos vivimos en la certeza de que Cristo es Dios, y
de que nos ha enseñado el camino del amor. La fe que defiende la Iglesia
católica es una fe promotora de justicia, de paz, de solidaridad. Puesto que
descubrimos en nuestro mundo un cúmulo enorme de injusticias y odios, sentimos
la llamada de vivir y proponer, en el respeto de cada corazón, las bellezas del
Evangelio del amor.
La promesa del paraíso cristiano, nos perdone De Duve, no
genera kamikazes, porque el amor es el único pasaporte que conocen en el cielo.
Quizá alguno deje de cometer crímenes por miedo al infierno, un miedo muy
olvidado por muchos tiranos del pasado y del presente. Pero cuando un hombre o
una mujer descubre que Dios le ama y que ama a cada ser humano, una chispa de
esperanza se enciende en el mundo entero: alguien empieza a caminar hacia el
amor, alguien empieza a tender su mano, sencilla y generosa, para ayudar a
quienes viven a su lado...
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