Autor: Fernando Pascual
La mentira dispone de un ajuar muy amplio de posibilidades. Una consiste en mezclar datos verdaderos y datos falsos, hechos concretos e interpretaciones arbitrarias, aspectos reales y exageraciones.
Pensemos,
por ejemplo, en un debate sobre el aborto. Alguien dice que en su país mueren
cada año miles de mujeres por culpa de los abortos clandestinos. Sabe que
exagera, miente a propósito para impresionar a los oyentes y promover así la
legalización del aborto.
Si alguno le objeta que miente, que no mueren miles de mujeres, pues las estadísticas sanitarias del país constatan que al año mueren unas 300 mujeres por situaciones relacionadas con el embarazo (incluyendo el aborto), el mentidor responderá: “aceptemos que no son miles, pero no podrás negar que el problema existe y que mueren mujeres por culpa del aborto clandestino”.
La
mentira inicial ha sido rebatida, pero el mentidor no deja de insistir en su
idea. Reformula su tesis desde un dato más cercano a la verdad, con lo que
espera superar a quien le ha corregido. Disimula, de esta manera, su mentira
anterior, pero sin pedir perdón y sin sentirse “rebajado” al ser descubierto en
su falsedad. Simplemente, cambia de trinchera y sigue con su proyecto:
convencer a la gente de que el aborto es una “solución” a un grave problema
social.
Este
modo de actuar se da en muchos temas y en muchas situaciones. Los mentidores
que mezclan verdades y mentiras saben que podrán recurrir, cuando sea
necesario, a una trinchera que les “salve”, mientras habrán sembrado en muchos
corazones la mala semilla de su primera mentira.
A
estos mentidores, sin embargo, hay que desenmascarlos en toda su malicia. No
puede aceptarse nunca el que alguien exagere, intencionalmente, un dato para
promover una idea; más cuando esa idea es claramente injusta, como ocurre con
algunos defensores del aborto, que inventan cifras para presionar a favor de la
legalización del aborto.
Por
lo mismo, en cualquier discusión hace falta no sólo denunciar este tipo de
tácticas maliciosas, sino castigar, de maneras adecuadas, a quienes actúan así.
Tal vez el castigo consista simplemente (y ya es mucho) en imponer al mentiroso
la obligación de repetir las veces que sea necesario que lo que antes dijo era
falso, o en reducir sus posibilidades de hablar públicamente si antes no da
muestras de haber cambiado de actitudes.
Esto
vale no sólo cuando se promueven ideas malas, sino también cuando alguno piensa
que puede usar esta “táctica” para promover una causa buena. Luchar contra el
hambre en el mundo no otorga un permiso especial para inventar cifras falsas.
Jamás una mentira puede ser usada para promover la justicia: ni por el bien de
la patria, ni para defender los derechos de minorías, ni para promover un
sistema político mejor organizado.
Basar
las relaciones humanas en la verdad permite construir en positivo, aumenta la
confianza mutua, y nos lleva a conocer mejor cómo están realmente las cosas que
necesitan ser arregladas. Desde luego, no siempre será posible adquirir datos
precisos, pero al menos dejaremos de lado falsificaciones maliciosas y
tendremos la mente más disponible para investigar seriamente las distintas
situaciones humanas, en la búsqueda común de soluciones justas y eficaces que
puedan aliviar los sufrimientos de tantos millones de seres humanos.
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