Autor:
Luis Alfonso Orozco
Dos
Papas vivos y dos elevados a los altares en el mismo día. Francisco y Benedicto
XVI, San Juan XXIII y San Juan Pablo II. Cuatro Papas que han escrito páginas
de historia en la Iglesia en los últimos 60 años. Una jornada histórica para la
Iglesia católica, vivida en la plaza San Pedro, en el mejor de los escenarios
posibles.
Los santos viven en el cielo pero nacen aquí en la tierra
La
santidad es una prerrogativa de la Iglesia, que está conformada por todos los
bautizados. Dentro de Ella conviven santidad y pecado, pero muchas veces la
mirada se detiene sólo en la cara débil y menos edificante de los hombres,
mientras que la santidad existe pero de manera más oculta. Cuando la santidad
se muestra en su fuerza y esplendor, como sucedió durante la jornada histórica
del 27 de abril en Roma, entonces se hace realidad la promesa de Cristo
Resucitado, de que el amor es más grande que el odio y más fuerte que la
muerte.
De
lo que más se ha hablado en los días previos a la canonización ha sido acerca
del gran número peregrinos llegados a Roma de todo el mundo, de la gran
organización de la Ciudad Eterna para el evento, de si haría lluvia o no. Pero
eso es anecdótico, mientras que el enorme bien espiritual en los corazones de
las personas que se han preparado para esta gran alegría es lo que
verdaderamente queda. La santidad hace mucho bien y renueva las mejores
energías en la sociedad.
San
Juan XXIII el “Papa de la docilidad al Espíritu Santo”, y San Juan Pablo II el
“Papa de la Familia”. Así los definió el Papa Francisco al inscribirlos en el
catálogo de los santos canonizados. Ellos vivieron buena parte del siglo
Veinte, el siglo de los horrores de las guerras mundiales, de los
totalitarismos y de las grandes persecuciones contra la Iglesia, pero mostraron
con su sabiduría y sobre todo con el testimonio de sus vidas, la presencia de
Dios amor, bondad y misericordia cercano a todos los seres humanos.
El
mensaje que nos dejan es muy alentador: a pesar del mal en el mundo, hoy
existen hombres y mujeres que responden al amor de Dios y luego se convierten
en los mayores benefactores del mundo: los santos. La Iglesia y la humanidad
cuentan desde esta Pascua con dos nuevos santos, dos Papas, fieles intercesores
desde el cielo por todos los que peregrinan aún por la tierra.
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