17 de agosto de 2015

Boecio, Dante y San Juan Diego, iconos del encuentro entre la fe y la razón



Autor: José Damián Carvajal

He leído por internet una noticia que me pareció interesante y me hizo recordar a uno de mis sobrinos que tiene 4 años. El artículo se titula “la edad del porqué” periodo donde los padres tienen que poner a prueba su paciencia para responder a las inquietudes de su hijo pequeño.

Los especialistas mencionan que este tiempo es muy importante para el desarrollo intelectual del infante, ya que a través de las respuestas de sus padres  el niño conoce la realidad de su mundo y perfecciona al mismo tiempo sus habilidades comunicativas. Por lo general esta etapa dura de los 2 a los 6 años. ¿De verdad?


La experiencia personal encarnada en la figura de muchos filósofos como Boecio afirma lo contrario: la edad del porqué se prolonga toda la vida y se constata por el simple hecho de que el hombre por su  naturaleza racional es un buscador apasionado de la verdad, un inquisidor de la respuesta última de sus preguntas existenciales. ¿Por qué Dios? ¿Por qué el mundo? ¿Por qué el dolor del inocente?…

En el libro De Consolatione philosophiae encontramos al hombre en la edad del porqué:  Boecio, último romano y primer escolástico,  condenado injustamente a la muerte por defender a Albuino de un falso complot contra Teodorico, desahoga sus penas en la primera parte de su obra.

 Lo más curioso es que en la soledad de su celda describe un encuentro particular:

“Parecióme que sobre mi cabeza se erguía la figura de una mujer de sereno y majestuoso rostro, de ojos de fuego, penetrantes como jamás los viera en ser humano, de color sonrosado, llena de vida, de inagotadas energías, a pesar de que sus muchos años podían hacer creer que no pertenecía a nuestra generación. Su porte, impreciso, nada más me dio a entender”.

Lo primero que hizo esta sublime dama fue disipar a las musas que cegaban a su amado Boecio bajo las tinieblas de la duda, el miedo y la desconfianza para que él  la reconociera.

“Así, pues, volví mis ojos para fijarme en ella, y vi que no era otra sino mi antigua nodriza, la que desde mi juventud me había recibido en su casa, la misma Filosofía”.

Después de identificarla, con tiernas palabras le pregunta: “Tú, maestra de todas las virtudes, ¿has abandonado las alturas donde moras en el cielo, para venir a esta soledad de mi destierro?”

A lo que le responde “¿Podría yo dejarte solo a ti que eres mi hijo, sin participar en tus dolores, sin ayudarte a llevar la carga que la envidia por odio de mi nombre ha acumulado sobre tus débiles hombros? No, yo no abandonaría a mis hijos bajo las garras de una sociedad injusta. Testigos de mi compañía han sido muchos, entre ellos Platón y su maestro Sócrates, el cual inspirado por mí  trascendió su  injusta condena”.

De esta forma tan maternal, la filosofía ayuda a Boecio a tocar la puerta de la verdad que le iluminaría en su sufrimiento. Sin embargo él descubrirá después que la filosofía (la razón) no será capaz de abrirla, sino solo la fe. Para ello la guía de este filósofo escolástico le invita a recordar quién es,  pero sobre todo cuál es su principio y cuál su fin.  Boecio se da cuenta que es un hombre, e iluminado por la fe, se afirma una creatura que tiene su origen y fin en Dios que con su providencia guía todos sus pasos para que alcance su plenitud.

Esta es tan solo una descripción del primer libro del De Consolatione philosophiae que refleja por adelantado una de las conclusiones de la plenitud de la Escolástica: la fe y la razón no se contraponen, sino que la una y la otra constituyen dos herramientas, dos alas que le permiten al hombre llegar al conocimiento de la verdad.

Más adelante la obra de Boecio se actualizará bajo la pluma de Dante Aligheri que, con ayuda de Virgilio (la razón),  iniciará un viaje en el más allá para encontrar posteriormente a su amada Beatriz  (la fe) que lo conducirá a la verdadera patria,  a la plena realización del hombre que tiene lugar en su encuentro definitivo con Dios en el cielo. Esto ocurre ya en la Edad Media, periodo que trasciende la historia y que se perenniza cuando la fe y la razón se reúnen en el hombre para ayudarlo a alcanzar su plena realización.

Como mexicano me gustaría personalizar este encuentro en la aparición de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego. La Virgen María, icono de la Sedes Sapientiae, se presenta a este humilde indio, signo de la  razón humana, para consolarlo como Boecio.  Pero no solo eso, la Sedes Sapientiae le da una misión: ser su mensajero de paz entre los españoles y los indios anunciándoles que hay un solo Dios y que este Dios tiene una Madre que quiere construir su santuario en el seno de la capital.

La visita de María, Trono de la Sabiduría, tuvo sus frutos en la historia de México, de igual manera lo tiene siempre el encuentro de la fe y la razón en el hombre, Edad Media eterna.

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