23 de mayo de 2016

Corazón de oro

Autor: Álvaro Correa

Uno de los regalos más maravillosos que nos concede la vida es recibir el cariño de personas que llevan en su pecho un corazón de oro. Quizás no destaquen, ni aspiren a pisar los palcos de la fama; quizás les encante pasar desapercibidas y sentir más que recompensados sus sacrificios viendo las sonrisas que hacen brotar; quizás carezcan de formación profesional o de instrucción académica; quizás nunca hayan salido del rincón perdido de un pueblo o vivan silenciosas en medio de la tumultuosa marea de las ciudades.

A estas personas se aplica bien un dato que los científicos hipotizan sobre la composición interna de nuestra madre tierra. Dicen que en el núcleo del planeta hay una cantidad enorme de oro fundido. Si pudiésemos extraerlo bastaría para cubrir la superficie de la tierra con una capa poco menor de medio metro: 45.72 centímetros. ¿No es increíble saber que nuestro planeta custodia en sus entrañas un “corazón de oro”?


Demos rienda libre a nuestra capacidad de admiración. A Dios le fascina sorprendernos con sus maravillas. Por ello, cada vez que damos un paso en el conocimiento de nuestro universo externo y del misterio de nuestra humanidad nos adentramos en un pozo interminable de estupor. Y si es tan valioso el oro metálico, cuánto más, infinitamente más, es el oro de amor que las personas llevan en su corazón.

Cierto, hay quienes poseen un tesoro de oro inmenso, pero, aun la persona más egoísta tiene algunos gramos dorados que son estupendos y que la hacen digna de ser amada. Nadie está sin valor ante los ojos de Dios.

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