13 de marzo de 2017

Las apariencias engañan

Autor: Álvaro Correa

Los animales domésticos suelen ser protagonistas de escenas simpáticas. Una de ellas muestra a un perro que intenta morder un hueso pintado en el fondo de su recipiente de agua.

No es algo común, pero se dan casos similares, como el que se asusta de su sombra, el que ladra a su imagen en el espejo, etc.

No es el caso de explayarse aquí sobre la percepción visual de los animales, pero esta mascota del hueso pintado nos permite volver a reflexionar en el mundo de las apariencias.


Bien se dice el refrán: “Las apariencias engañan”. En nuestras relaciones con los demás, los hombres solemos ser fáciles en guiarnos por los datos externos que vemos o sabemos de las personas.

Damos por suficiente una referencia o –especialmente en esta era de las comunicaciones- un comentario pronunciado desde un micrófono o escrito en una red social para colocar a una persona sobre un podio de triunfo o para condenarla a una mazmorra de menosprecio.

Es tan grande el misterio de cada hombre que sólo Dios lo puede penetrar hasta lo más hondo. Por ello, Jesús nos pide que no juzguemos. Nos sobrepasa la dignidad de cada persona y el respeto que le debemos es sagrado.


Las apariencias son un cascarón. En todo caso, nunca nos equivocaremos en pensar bien, en querer bien, en disculpar, en expresarnos siempre bien de los demás. Así que esto y mucho más nos ha permitido pensar el perrito y su hueso pintado…

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