11 de diciembre de 2017

Púas de erizo

Autor: Álvaro Correa

Un refrán, poco común, dice que “cuanto más tarda en nacer un erizo, mayores serán sus púas”.

Se refiere a los problemas que surgen en relación con los demás, pues, si no les damos una solución con prudente agilidad, es posible que se agraven con el paso de los días y el sumarse de otras dificultades.

A veces basta una sonrisa, un detalle de atención, unos segundos de paciencia para limar las asperezas que inevitablemente surgen por la diversa manera de pensar y de sentir.


Los hombres, gracias a Dios, no somos robots hechos en serie e impersonales. Cada quien es un don único e irrepetible, dotado de cualidades y talentos, y sujeto, también, de limitaciones y carencias.

Es difícil, por no decir imposible, que no se den roces leves o duros encontronazos en la vida diaria, pero, justamente en esas circunstancias es cuando debe salir a brillar lo mejor de nosotros mismos.

Recordemos siempre la máxima que Cristo nos dejó como brújula para nuestras relaciones: “Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas” (Mateo, 7, 12).

La caridad paciente e ingeniosa ha de adelantarse para evitar las “púas” entre nosotros, es decir, esos silencios, miradas, gestos, expresiones o murmuraciones que se nos clavan como espinas porque no nacen del amor, sino de un egoísmo herido.


Sí, seamos ágiles para que, de ser posible, no crezcan púas de erizo entre nosotros.

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