18 de diciembre de 2017

¿Un embrión vale sólo si es útil?

Autor: Bosco Aguirre

Fabricamos zapatos y corbatas, relojes y pulseras, tenedores y cuchillos. Si un producto no sirve, se tira. Aunque se haya perdido tiempo en su producción, aunque la empresa pierda un poco de dinero. Todo su valor residía en su utilidad, y si no hay utilidad el producto “no vale nada”.

Algunos buscan “fabricar” embriones con características predeterminadas, embriones que algunos han llamado “bebés-medicamento”. Esta novedad técnica ya es una realidad, y no faltan las primeras leyes que van en esa línea, como la aprobada en España en 2006.


De este modo, nos dicen, se promoverá el desarrollo de la medicina, serán curados muchos enfermos, quedará satisfecho el deseo de algunos padres de familia.

Los así llamados “bebés-medicamento” nacen a través de un proceso muy sencillo. Una familia, por ejemplo, tiene un hijo necesitado de un transplante de tejidos. Se “producirían” en el laboratorio varios embriones in vitro a partir de los óvulos y espermatozoides de los esposos.

Esos embriones pasarían por diversos análisis para seleccionar aquel o aquellos embriones que tengan las características deseadas, que sean “útiles”. Ese embrión (o esos embriones) serán transferidos luego en la madre, y así podría nacer un “niño útil” que, con algunos de sus tejidos, curaría a su hermano.

¿Y los embriones que no reúnan las características deseadas? Esos “embriones inútiles” serán guardados indefinidamente en el congelador, quizá a más de 190º bajo cero, o serán destruidos después de algún tiempo y (así nos dicen) en el respeto de las máximas “garantías” legales y éticas. O quizá, si tienen mucha suerte, podrán ser salvados, si alguien les descubre algún valor, algún interés, alguna “utilidad”.

De este modo, un grupo de embriones serán analizados y seleccionados bajo la lógica de la producción y de la utilidad técnica. En otras palabras, serán tratados de un modo o de otro según lleguen a satisfacer un deseo, según posean o no ciertas características, según sirvan para curar o para investigar. El embrión o los embriones “valiosos” serán respetados y tratados con suma delicadeza, los demás serán discriminados, serán manipulados como si se tratase de seres humanos de menor importancia.

Nos dirán, y es verdad, que con estas técnicas se curarán cientos de enfermos, niños y también adultos. Pero al mismo tiempo tendrían que decirnos que serán eliminados cientos de embriones. No es correcto airear beneficios reales y ocultar una injusticia que va contra el principio de igualdad.

La justicia se basa sobre un presupuesto básico: todos deberíamos ser iguales ante la ley. Si una ley permite que un grupo de embriones humanos (de hijos, que esa es su definición más completa) sea sometido a un trato discriminatorio, tal ley permite una grave forma de injusticia. Aunque a través de la misma otros sean beneficiados: ¿no es ese el mayor drama de toda injusticia, que unos ganan porque otros pierden?

Hay que abrir los ojos a la verdad: cada embrión es un ser humano, es un hijo, digno de respeto. Por eso mismo, es necesario y justo oponerse a cualquier ley que permita un trato discriminatorio de los embriones: unos salvados y otros destinados a usos no bien definidos.

Tal oposición, desde luego, debe ir acompañada por la búsqueda de alternativas justas y éticas para un genuino progreso de la medicina: para que muchos niños enfermos puedan ser curados; y para que ningún ser humano (embrión, niño o adulto) sea tratado simplemente como un producto a merced de técnicos o de médicos sin escrúpulos.


El verdadero progreso pasa por la ética. Es entonces cuando la investigación dignifica al ser humano. Conviene recordarlo, por el bien de nuestros hijos, que valen siempre por lo que son, no por la posible utilidad que descubramos en ellos; y por el bien de los adultos que queremos un mundo capaz de defender también la vida de los más pequeños seres humanos: nuestros embriones.

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