6 de agosto de 2018

Rigorismo


Autor: Fernando Pascual

El rigorismo siempre ha tenido mala propaganda. Es presentado como legalismo, dureza, falta de tacto, esfuerzo continuo por respetar las normas a cualquier precio.

Lo que no resulta fácil es indicar cuándo estamos ante una actitud o una decisión rigorista y cuándo la actitud, aunque parezca rigorista, no lo es.

¿Es rigorista el policía que pone una multa a un coche aparcado ante un hospital sin saber los motivos que tuvo el conductor para detenerse allí? ¿Es rigorista el profesor que suspende por unas décimas a un alumno porque piensa que es mejor que repita el examen?


Otras veces el rigorismo brilla con toda su fuerza por los daños que causa, por ejemplo si un policía se obceca en dar órdenes a quien está ayudando en una emergencia cuando de lo que se trata es de dar una mano a quien la necesita.

Las causas del rigorismo pueden ser variadas. A veces surge desde la falta de experiencia, que no coincide con el número de años. Quien percibe lo que está en juego en cada situación sabe distinguir cuándo la norma se aplica y cuándo se hace necesaria una excepción en vistas a un bien mayor.

Otras veces el rigorismo nace desde un miedo a las transgresiones, como si aceptar una excepción se convirtiera en un daño para otros o incluso para la sociedad en su conjunto.

No falta el rigorismo que se alimenta de un deseo extraño de hacer la vida imposible a otros, sobre todo cuando esos otros son débiles o son considerados de modo despectivo por el rigorista.

Evitar el rigorismo no significa caer en el laxismo. Como enseñaban los griegos, la virtud está en la justa medida, que sabe huir de aquellos extremos que llevan a daños, sea por exceso, sea por defecto.

Por eso, frente a tantas normas y leyes, en sociedades donde a veces hasta el color de una persiana está regulado por normas muy detalladas..., una sana dosis de sentido común y una buena vacuna contra el rigorismo permitirá construir un mundo menos asfixiado por rigorismos dañinos y más atento a las sanas aspiraciones que pueden convivir desde un adecuado reconocimiento de las excepciones aplicables a cada caso.

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