10 de septiembre de 2018

Solo muere lo que se olvida


Autor: Álvaro Correa

“En el poblado de Santa Cecilia nació la leyenda que aquí contaré. Cruzaron por el umbral de la muerte un perro y un niño de nombre Miguel. Fue con la magia de una guitarra, con sólo tocarla viajó al más allá. Se fue buscando el amor de su abuelo y no tuvo miedo al cruzar el portal. Y entre los muertos empezó a buscar.
¿Dónde estás?, que te he venido a buscar. ¿Dónde estás?, que nos debemos la despedida. Te necesito abrazar... Aquí estoy, y vas a verme brillar. Aquí estoy, en cada vela encendida, porque la muerte es la vida, enciende luces en otro lugar. Llévanos contigo, Miguel.
Cómo quisiera que aquellas historias que son fantasías se hicieran verdad. Poder hablar con los que se nos fueron, que allá nos esperan en otro lugar. Enséñanos, Miguel, a no olvidar.
Aquí estás, y te he venido a encontrar. Aquí estás, sé que no existen las despedidas. Voy a volverte a abrazar. Aquí estoy, y vas a verme brillar. Aquí estoy, en cada vela encendida. Porque la muerte es la vida...
Llévanos, Miguel, a esa dimensión en dónde la muerte es sólo una ilusión. Aquí estás, y te he venido a encontrar. Aquí estás, sé que no existen las despedidas. Miguel volvió y descubrió que sólo muere lo que se olvida”.


Hay diversas fichas técnicas o presentaciones de la magnífica película “Coco”, pero la letra del “Corrido de Miguel Rivera” del grupo musical “Bronco”, además de darnos una síntesis del guión, nos coloca un paso adelante en una reflexión.

“Coco” discurre durante “el día de los muertos” en México. Se trata de una celebración popular muy sentida que mezcla elementos de las tradiciones prehispánicas con la esperanza cristiana en la vida futura. Es el día en que las familias veneran a sus difuntos, rezan por ellos y, entendiendo el contexto cultural, los sienten presentes.

La adaptación cinematográfica se concede algunas libertades con el fin de acentuar la tesis de fondo: “Solo muere lo que se olvida”. Por ello, la grande aventura de Miguel se concentra en lograr que su familia recuerde a su tatarabuelo para que no desaparezca del mundo de los muertos.

Las escenas envuelven al espectador del tal manera que espontáneamente se tiende a dar el rostro de los propios familiares a los personajes animados. Apreciamos “Coco” como una parábola bienintencionada y original.

Ciertamente la vida eterna de las personas no depende de nuestra memoria terrena, pero acogemos la invitación para recordarlas con cariño, con gratitud, lanzando un puente de oración hasta ellas. En efecto, no hay mejor recuerdo para nuestros difuntos que la oración, que esa petición confiada a Nuestro Señor para que les conceda gozar de su presencia en la eternidad.

Por lo demás, somos nosotros quienes los alcanzaremos en las moradas eternas el día de nuestra partida. Miguel más un poco de agua bendita es toda persona que reza por los fieles difuntos…

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