Autor:
Bosco Aguirre
Pronto
será visto como algo normal el buscar y eliminar embriones y fetos humanos con
defectos o con cualidades no deseadas por sus padres o por otras personas. Se
hará así evidente la fuerza de una mentalidad de tipo eugenético, en la que
sólo es posible acoger y amar al hijo si es sano y si tiene las características
deseadas por sus padres.
El
“eugenismo prenatal” muestra que la vida familiar y la medicina están alterando
su naturaleza propia. La familia, según una visión humanística, tiene la misión
de acoger a cada ser humano sin discriminaciones, simplemente por ser lo que
es. Un hijo es un don, una existencia que inicia a vivir desde el amor de los
padres, una vida que está orientada a desarrollarse hasta alcanzar, en la
medida de lo posible, el desarrollo propio de los adultos.
Por
su parte, la medicina existe para curar al enfermo, para atenderlo y aliviarlo
en sus dolencias, para sostenerlo y acompañarlo también cuando su enfermedad no
tiene curación, cuando quedan pocos días de vida.
Gracias
a importantes adelantos técnicos, la medicina dedica cada vez una mayor
atención al hijo incluso antes de su nacimiento. Pero esa misma medicina ha
desarrollado también técnicas de diagnóstico prenatal que, si bien pueden ser
un primer paso para curar al embrión o feto, en no pocas ocasiones pretenden
sólo descubrir defectos para luego ofrecer a los padres la opción de abortar al
propio hijo.
Se
da, además, otro fenómeno que no siempre es tenido en cuenta. Algunas técnicas
de diagnóstico prenatal pueden producir serios daños en los embriones, o
indican que está “enfermo” un embrión sano. Así, paradójicamente, al querer
eliminar a los hijos enfermos se está provocando la muerte de embriones sanos.
Pero, ¿es que sería “menos mala” la técnica si siempre acertase en el
diagnóstico y eliminase “sólo” a embriones enfermos o no deseados? ¿No es
injusto protestar porque se eliminan erróneamente algunos embriones “sanos” y
permanecer indiferentes cuando son eliminados los embriones “defectuosos”?
Junto
al fenómeno de la eliminación de embriones no deseados, algunos médicos e
investigadores han iniciado una nueva etapa hacia el eugenismo: la “producción”
de “bebés a la carta”.
La
técnica para lograr embriones con características establecidas de antemano se
puede resumir del modo siguiente. Una familia, por ejemplo, necesita tejidos o
células para curar a uno de sus miembros (quizá un niño, tal vez un adulto).
Recurre entonces a la fecundación in vitro, obtiene varios embriones, analiza
los cromosomas de esos embriones, y escoge a aquellos que puedan convertirse en
fuente de tejidos para un transplante. Los otros embriones, los que no reúnen
las características deseadas, quedan abandonados a su suerte: son congelados
indefinidamente, son vendidos o regalados, o son destruidos.
Algunos
están celebrando este nuevo paso de la técnica reproductiva como un auténtico
“progreso”, como una noticia que llena de esperanza a miles de enfermos. En
realidad, es una etapa en la marcha de la medicina hacia el eugenismo: son
escogidos unos embriones (los que serán “útiles”), y son rechazados otros (los
que “no sirven” para los proyectos establecidos por la familia y por los
médicos).
Es
cierto que este paso queda reducido al tema de “producir” niños “sólo” por
motivos médicos. Pero no será imposible (seguramente ya se estará haciendo, sin
mucha publicidad) “producir” embriones prefijados por otros motivos. Por
ejemplo, para contentar a una pareja que quiere tener una niña y no un niño, o
al revés. O para conseguir un niño con ciertas características (deportista,
estudioso, con genio artístico, etc.) y no con otras. En el mes de mayo de 2005
hizo unas declaraciones, favorables a este tipo de selecciones, James Watson,
el famoso descubrir de la estructura interna del ADN.
Ante
esta nueva situación, podemos recordar un criterio fundamental de la justicia:
todos los seres humanos nacen iguales ante la ley. Este criterio debería ser
adaptado a las nuevas posibilidades que se abren en la fecundación artificial:
todos los seres humanos son concebidos iguales ante la ley.
Nadie,
por lo tanto, debería decir que unos embriones valen más que otros, o que unos
merecen protección mientras que los otros son abandonados, o que sólo nacerán
aquellos que son “sanos”, mientras los defectuosos son tratados como se trata
un juguete nuevo en el que descubrimos “errores de fábrica”. No podemos hablar
de niños (embriones, fetos) de primera clase y de niños de segunda clase.
La
medicina, en este sentido, necesita recuperar su vocación más profunda. Uno de
sus principios clásicos, “no dañar”, es sólo una indicación negativa que
prepara a su vocación más profunda: hacer el bien, proteger las vidas más
débiles, sostener la existencia en sus fases más frágiles, curar al enfermo y,
siempre, dar apoyo y consolación (médica y no sólo médica) a todos, sin
discriminaciones.
Lo
mismo podemos decir de la familia, la cuna de la vida, el fundamento de la vida
social, la fuente de la civilización. Los hombres y las mujeres del mañana son
los embriones, fetos y niños de hoy. El respeto y, sobre todo, el amor que
reciben de sus padres son la mejor preparación para ingresar en la comunidad
política desde una convicción nacida de la propia experiencia personal: cada
existencia humana vale por sí misma, sin discriminaciones.
Esa
ha sido la experiencia de millones de hijos que han sido amados por lo que son,
y esa es la única vía para construir el mundo mejor que quisiéramos legar a las
próximas generaciones.
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