Autor: Álvaro Correa
El general Douglas
MacArthur es, sin duda, uno de los más recordados de la Segunda Guerra Mundial.
Ejerció con tenacidad y astucia su cargo de comandante supremo aliado en el
Frente del Pacífico.
Pues bien, en fechas
recientes ha sido llevada a las pantallas la épica batalla de Incheon, ocurrida
entre el 15 y 19 de septiembre de 1950. El objetivo, nada fácil, consistía en
liberar la zona ocupada por las fuerzas norcoreanas.
El general, superadas las
dificultades para hacer aprobar su estrategia, pudo llevarla a cabo y, tras la
victoria, logró replegar al ejército enemigo, debilitar el asedio militar sobre
el Perímetro de Pusán y retomar el control de Seúl, la capital surcoreana.
Hazañas de tal envergadura
ponen a prueba toda la capacidad de decisión de un hombre. En este contexto
bélico, la película pone en labios de MacArthur (interpretado por Liam Neeson)
unas expresiones cuya autoría desconocemos, pero que condensa el espíritu que
animaba al gran General:
“No daremos marcha atrás.
Hace mucho tiempo me prometí que viviría como si esperara vivir para siempre.
Nadie envejece simplemente por vivir cierto número de años. La gente envejece
sólo por abandonar sus ideales. Los años pueden arrugar la piel. Sin embargo,
cuando renuncias a tus ideales se arruga el alma. Ésta no será mi última
campaña…”.
No hay pierde en estas
palabras. De hecho, son los ideales los que apuntalan la vida de un hombre, los
que fortalecen su alma ante los desafíos, los que marcan la dirección de sus
decisiones.
Sin ideales, en efecto, el
alma de un hombre se arruga y envejece enviciando el sabor estupendo de la
existencia misma. Todo ideal, entendido como un bien deseado, será tanto más
noble cuanto más puro y elevado sea por el amor.
En este sentido, el mayor
ideal de la vida es Dios mismo, autor de todo don perfecto. Desde Él, como
manantial, emanarán los demás ideales acomodándose como peldaños para hacernos
progresar día a día.
¿Qué metas o ideales
alimento en mi vida personal, familiar y profesional? ¿Qué motivaciones me
alzan cada mañana para aprovechar el día desde el primer momento? ¿Qué
convicción es más fuerte en mi interior ante toda sombra de desaliento,
indiferencia o desesperación?
Aspiremos a lo mejor, como
los alpinistas que tienden a la cumbre más elevada; así superaremos el
conformismo y los espejismos de nuestra actual sociedad del consumo.
De hecho, es fácil
distinguir a quienes se guían por grandes ideales, porque son personas a las
cuales parece que la vida no les alcanza para hacer el bien que anhelan,
aunque, de hecho, lo hacen con admirable generosidad y perseverancia.
Y así, con el pasar de los
años, será su cuerpo el que se consuma y arrugue, pero no su alma, pues viven
la eterna juventud de los enamorados.
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