14 de octubre de 2019

Puente de oro


Autor: Álvaro Correa

Dos enormes manos de cemento sostienen un camino dorado de 150 metros.

Según los diseñadores de la TA Landscape Architecture de Ho Chi Minh, en Vietnam, esta maravilla, enmarcada en las montañas de Da Nang, evoca “las manos gigantes de Dios arrancando una tira dorada de la tierra”.

Damos por seguro que los visitantes lo atraviesan a paso lento, conteniendo un corazón palpitante de emoción, no sólo por el panorama incomparable que disfrutan, sino, sobre todo por sentir ese bello escalofrío de verse sostenidos, simbólicamente, por las manos fuertes y bondadosas de Dios.


Ese camino dorado refleja el breve e intenso trayecto de nuestra vida, con su inicio y su final, con sus amplios horizontes y el desafío de las alturas, con la brisa delicada que lo acaricia o las tormentas que lo azotan sin piedad como látigos.

De una manera o de otra, el camino es dorado porque la historia de un hombre es siempre sagrada. Qué dichosos somos si, durante la travesía de unos cuantos años, nos confiamos a Dios cuyas manos amorosas “nos hicieron y formaron” (cf. Sal 119,73).

Procuremos imaginarnos sobre ese puente de Vietnam dando gracias por el don de nuestra existencia y besando las manos de nuestro Señor y Creador.

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