Autor: Fernando Pascual
Los tiempos cambian, pero hay reflexiones del pasado que
sorprenden por su actualidad. Como, por ejemplo, unas sencillas preguntas de
Sócrates que pueden ser formuladas también hoy a quienes aspiran a ser
gobernantes.
En uno de sus escritos sobre Sócrates, Jenofonte narra el
encuentro del famoso ateniense con un joven que aspiraba a ser elegido para una
responsabilidad pública.
Ese joven, llamado Glaucón, no había cumplido los 20 años. Se
dirigía a la asamblea para convencer a los votantes y así ser elegido como
gobernante de Atenas.
Sócrates, según la narración de Jenofonte (cf. "Memorables" III,6), empieza a formular una serie de preguntas al joven sobre aspectos importantes a tener en cuenta a la hora de dirigir la ciudad.
Inicialmente halaga a Glaucón: tiene un deseo noble, que
seguramente le procurará fama para sí mismo y para su familia. En seguida le
hace ver que quien gobierna tiene como tarea promover bienes para la ciudad.
Uno de esos bienes es la riqueza, la cual aumentaría gracias
a los ingresos. Aquí empieza el inquieto Sócrates a hacer preguntas cada vez
más incisivas.
¿Conoce Glaucón cuáles son los ingresos actuales de la ciudad
y de dónde proceden? ¿Sabe, además, cuáles son sus gastos? Solo con estos
conocimientos iniciales un gobernante puede planear las estrategias para
aumentar los ingresos y disminuir los gastos.
Glaucón confiesa que no ha pensado en lo anterior, por lo que
no tiene muy claro cómo aumentar las riquezas de la ciudad. Para salir del
apuro, alude a sus deseos de obtener bienes quitándoselos a los enemigos.
Aquí surgen nuevas perspectivas, porque vencer a los enemigos
implica ser más fuertes que ellos. Eso requiere conocer cuáles sean las
capacidades militares de Atenas y las de los enemigos. Glaucón, con honestidad,
admite no tener clara la situación sobre este punto.
El interrogatorio sigue adelante y no hace falta resumirlo
todo. Su actualidad consiste en el hecho de hacer ver a quienes desean ser
políticos que necesitan poseer conocimientos básicos sin los cuales resulta
prácticamente imposible gobernar a una ciudad (un Estado) de modo correcto y
beneficioso.
Si tan solo en las modernas democracias los políticos
tuvieran que ser evaluados por sus conocimientos acerca de la situación
energética del país, de la seguridad alimentaria, del estado de la agricultura,
del sistema de carreteras, del nivel de acceso de la gente a médicos y
hospitales de calidad, y una larga lista de aspectos básicos para la vida
pública, los votantes podrían elegir mejor según lo que saben (o no saben) los
candidatos.
Por desgracia, basta con leer o escuchar a los candidatos a
gobernantes para descubrir que un buen número de ellos hablan con términos
vagos, con frases más o menos atractivas, y muchas veces con datos confusos y
no avalados con estudios serios. Es decir, hacen demagogia y no son capaces de
elaborar propuestas sólidas y verificables.
Sería maravilloso que un nuevo Sócrates cuestionase a tantas
personas que desean entrar en política para recordarles que asumir el gobierno
implica emprender un estudio serio sobre temas claves con los que poder
elaborar buenos programas de gobierno.
Porque solo cuando un candidato tenga competencia respecto a
lo que hay que saber y, además, sea honesto, podrá presentarse a los votantes
con los requisitos mínimos para merecer ser elegido a la tarea de promover la
justicia y el bien que tanto necesitan las personas y las sociedades.
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