Autor: Clemente González
Fuente: http://es.catholic.net
Entre los más de mil millones de católicos se dan muchas actitudes, muchos modos de vivir y de pensar. Sin ser exhaustivos, los podemos clasificar en tres grandes grupos.
El primero corresponde a aquellas personas que están llegando a la conclusión de que la Iglesia católica no contiene la verdad que ellos buscan. Algunos piensan así después de experiencias negativas, o por lecturas que han realizado, o como resultado de un camino intelectual más o menos complejo. Por lo mismo, es muy probable que un día decidan dejar la Iglesia, abandonarla para unirse a otros grupos cristianos o para seguir otros caminos espirituales, a no ser que solucionen sus dudas y problemas con la ayuda de la gracia y de los demás católicos que viven a su lado. Su decisión nos duele, pero quienes obran con buena intención merecen nuestro respeto y la mano tendida: quizá algún día regresarán a casa, podremos abrazarlos como a hermanos en la fe católica.
El segundo grupo es el de esa inmensa mayoría de hombres y mujeres, ancianos y niños, jóvenes y adultos, sanos y enfermos, ricos y pobres, laicos, religiosos o sacerdotes, que formamos el Pueblo de Dios. En este segundo grupo podemos encontrar una cantidad enorme de actitudes y comportamientos. Desde santos como Madre Teresa de Calcuta, Francisco de Asís y Maximiliano Kolbe, hasta pecadores como muchos de nosotros (para no señalar a otros). Unos y otros miramos a Cristo, queremos serle fiel, obedecemos a los Obispos y al Papa, recurrimos a los sacramentos, nos emocionamos al ver ejemplos de caridad y nos esforzamos por seguir esos ejemplos, y buscamos maneras de vivir el Evangelio tal y como nos lo presenta y explica el Magisterio. Muchas veces tenemos que pedir perdón, con humildad, por tantos pecados, pero encontramos siempre ese consuelo que Dios da a los hijos pródigos que no dejan de ser hijos aunque a veces se alejen de la casa del Padre. Basta un poco de arrepentimiento para volver a sentir los brazos abiertos y la comprensión y el respeto de quien acepta la misma fe y quiere ser fiel a la misma caridad cristiana.
Existe un tercer grupo. Se trata de algunos bautizados que poco a poco se han separado de la fe, de la doctrina, de la disciplina de
Es triste perder la fe, como ocurre en el primer grupo. Es hermoso conservarla y poder ser parte del segundo grupo, a pesar de malos momentos y de caídas más o menos graves. Pero es profundamente doloroso llamarse católico y luego confundir, engañar, herir a otros hermanos con la mentira, la crítica irresponsable, la calumnia sistemática, el recurso a libros y autores no cristianos, la promoción de ideas teológicas equivocadas.
Lo más honesto sería resolver las propias dudas de fe en el respeto de la Revelación contenida en la Escritura y en la Tradición, de las enseñanzas del Papa y de los Obispos, de la doctrina del Concilio Vaticano II. Pero haber perdido la fe en puntos esenciales y seguir con la máscara de ser católico para dañar y dividir es crear en la Iglesia un verdadero cisma.
¿Cómo reconocer a quienes están sin ser? ¿Cuáles son las señales de su “mal espíritu”? Intentemos señalar algunos aspectos o pistas que nos pueden ayudar a identificarlos. Queda claro que siempre hemos de mantener el respeto a las personas. Quizá alguno actúa de buena fe, quizá otro vive en un error invencible. Pero no podemos dejar que destruyan la fe, la esperanza y la caridad que Cristo ha dejado en su Iglesia.
Una primera señal para descubrir el mal espíritu radica precisamente en actitudes de indiferencia, silencio culpable, oposición sincera y contestación sistemática al Magisterio, especialmente al que viene del Sucesor de Pedro, del Vicario de Cristo. Ante cartas encíclicas como la Veritatis splendor, la Evangelium vitae o la Ecclesia de Eucaristía, se toman actitudes de hostilidad, se ofrecen comentarios con críticas más o menos manifiestas, o se dejan a un lado como documentos “de los de Roma”.
Una segunda señal consiste en el recurso a doctrinas teológicas claramente contrarias a la fe, a la Tradición, a
Una tercera señal consiste en la rebeldía disciplinar. Se crean grupos de presión para ir contra un obispo “no deseado”, porque no piensa como piensan ellos, o porque es “demasiado fiel” a Roma, o porque defiende, sin miedo, la doctrina católica en temas como el aborto o
Una cuarta señal puede verse en el modo de celebrar los sacramentos. Es cierto que el Concilio Vaticano II ha dado pautas de actualización y renovación litúrgica. Pero eso no significa que cada uno pueda hacer lo que quiera sin depender del obispo y de
Una quinta señal es el recurso exagerado a técnicas de pseudomeditación o de autocontrol psicológico que no siempre armonizan de modo adecuado con la ascética y la mística cristiana. A veces se recurre a métodos orientales o a prácticas nacidas en los grupos del New Age sin ningún sentido crítico, como si todo fuese igual o como si uno pudiese hacer compatible la doctrina sobre la gracia y el pecado con algunos presupuestos filosóficos presentes, por ejemplo, en el enneagramma (cf. el siguiente estudio) una técnica que se difunde cada vez más entre algunas comunidades católicas, incluso entre religiosos. Sobre este punto, tenemos dos documentos interesantes que pueden ayudar a un correcto discernimiento: Carta a los obispos de
Una sexta señal, que ya ha sido insinuada en los otros puntos, es la falta de caridad. Si una persona se autodeclara católica y defiende doctrinas que implican violencia, odio de clases, o, incluso, promueve abiertamente el desprecio hacia la mujer, el racismo, el aborto y la eutanasia, ¿puede ser considerado un católico de verdad? Otros grupos se dedican a la mentira sistemática, a la división entre comunidades, a la promoción del choque y del rencor entre los hermanos. ¿Cómo podemos decir que es verdadero católico quien inventa, manipula, calumnia a otros laicos, religiosos, sacerdotes u obispos porque piensan de modo distinto a su propia ideología, a su mentalidad muchas veces anticristiana, si no antihumana, como en grupos que se dicen católicos y defienden el “derecho” al aborto?
Hemos esbozado algunas señales que nos permiten identificar a quienes “están” sin “ser”. Hay, desde luego, otros aspectos, pero no podemos recogerlos todos. Lo importante es ver el grado de sintonía, de amor, de sencillez, de humildad, de abnegación, de obediencia sincera y cordial al Papa y a los Obispos. Donde falta esto, donde reinan ideas personales o de grupo por encima de la “regla de la fe”, donde se da más importancia a seguir a un autor o un método espiritual que a la enseñanza litúrgica y dogmática del Magisterio, podemos estar seguros de que existe el peligro de la división, de la herejía o del engaño propio de los falsos hermanos.
Cristo rezó, al final de su vida, para que todos seamos uno (cf. Jn 17,20-26). Unidad en la fe y el amor, unidad en la gracia y en los sacramentos, unidad en la disciplina y en la ayuda mutua. Esa es
Nos toca a cada uno defender el tesoro de esa unidad. Especialmente ante los ataques de los falsos hermanos. No nos corresponde juzgar el grado de culpabilidad de sus conductas. Hemos de respetarlos y pedir por ellos. Pero no podemos permitir que engañen o arranquen del amor de Cristo a otros bautizados, aunque se presenten como ángeles o como iluminados, porque sólo hay un evangelio que salva (cf. Gal 1,8), y porque todos hemos sido invitados a reencontrar la unidad del género humano cuando formemos un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn 10,16).
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