Autor: Álvaro Correa
Esta palabra, “fama”, viene del latín y
significa “renombre o reputación”. Se trata, por tanto, de que algo personal o
privado que pasa a ser una “voz pública”.
El poeta Virgilio describe la “fama”
como una criatura horrible, de origen divino, veloz, con fuerza dinámica, y de
aspecto monstruoso. ¿Sueñas con ser “famoso”? Es decir, ¿quieres poner tu
persona en la boca del público y que hablen de ti?
En verdad se trata de algo “monstruoso”,
si estás dispuesto a disolverte en los gustos de aquellos cuyo aplauso buscas.
¿Y tu personalidad? Bien dice el Kempis: “No eres más porque te alaben
(entendámoslo “porque seas famoso”), ni menos porque te vituperen; lo que eres
ante los ojos de Dios, eso eres”.
No pidas ser famoso, ni lo busques. Tu
vida y buenas obras hablarán por sí mismas. Tu buena “fama” irá detrás de tus
virtudes, de tu amor, del bien que realices.
Alguien dijo con verdad que: “Es más
famoso quien tiene al menos a una persona que lo ame... no quien tiene miles de
fans que lo alaben”.
Lo que de verdad nos ha de importar es
qué “habla” Dios de mí. Es decir, cuál es “mi fama” en el cielo. Allá no hay
“fans”, sino personas que me aman.
La fama terrena escribe nuestros nombres
sobre una estrella de piedra y termina siendo pisada... Es mejor luchar y
alegrarnos de que “nuestros nombres estén escritos en el cielo”.
Por lo demás, los santos y santas son
las personas más famosas… de ellas se habla en la tierra y en el cielo. ¿No es
preferible la “fama con aureola”?
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