29 de septiembre de 2014

Derribando tabúes



Autor: Max Silva Abbott

Hace algunas semanas, un juez australiano generó una notable polémica al declarar, en un juicio sobre el particular, que el incesto no debiera ser tabú.

De hecho, ha ido más lejos, al señalar no sólo que si existe consentimiento de las partes, el incesto no debiera estar prohibido, sino además, que una de las causas de su repudio, cual es el nacimiento de hijos con posibles taras fruto del parentesco de los progenitores, es un problema actualmente superado, gracias a los anticonceptivos y al aborto. Por eso llamaba a tener una mirada más abierta y tolerante respecto de la sexualidad.


Si bien estas declaraciones resultan muy duras (en efecto, produce bastante más que incomodidad imaginar relaciones sexuales entre hermanos o entre padres e hijos), si se mira con atención la evolución de buena parte de la mentalidad occidental respecto del sexo, estos dichos no debieran sorprender. Ello, porque a fin de cuentas, uno de los criterios fundamentales que se está imponiendo desde esta perspectiva para legitimarlo todo es el deseo, o si se prefiere, el consentimiento de los involucrados.

Dicho desde otro ángulo complementario: si junto al deseo, un parámetro esencial para muchos es el placer que la sexualidad produce, y a esto se añade además que se ha hecho lo imposible por desacreditar al matrimonio (al menos el heterosexual) y a la procreación como su función primordial, a la postre, todo lo que en este ámbito produzca placer tenderá a ser legitimado, por muy repulsivo o chocante pueda parecer a terceros, puesto que en un mundo de puras subjetividades y emociones personales, todo vale.

Es por eso que pese a la airada reacción de las autoridades del país, no sería raro que tal como van las cosas, también haya quienes consideren, en algunas décadas más, que la prohibición del incesto sea un primitivismo, una reliquia del pasado o una pieza de museo.

De hecho –y al día de hoy–, incluso que el sexo “legítimo” sea sólo entre dos también es un tema que ha comenzado a molestar en algunos sectores. Sabido es que en Canadá se intentó legitimar un “matrimonio” entre tres (dos de un sexo y uno del opuesto), además de otros intentos por legalizar la poligamia. Incluso, y ahondando más en esta cuestión, no deja de ser inquietante que en varios países se hagan esfuerzos realmente desesperados por rebajar cada vez más la edad de consentimiento sexual.

¿Qué se puede desprender de todo esto? Que sin parámetros morales objetivos, en esta o en cualquier otra materia, todo esté permitido, al no haber forma clara de establecer, más allá del capricho o el interés (sea de pocos o muchos), qué está bien y qué está mal. Mala cosa para el futuro de cualquier sociedad.

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