4 de julio de 2016

El peligro de la indiferencia



Autor: Álvaro Correa

Alguna vez habremos oído la sentencia de que “la indiferencia mata”. Ojalá que sólo la hayamos escuchado, sin haberla sentido arder en la propia piel.

Es posible que a esta indiferencia, entendida como insensibilidad o aislamiento de los demás, se haya referido Albert Einstein al expresar que “la vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa”.

Y es que somos miembros de la grande familia humana, en la que cada uno vale por sí mismo como don irrepetible, único y precioso.


El sólo hecho de crear un vacío entre nosotros, de nutrir indiferencia por la situación de mi prójimo, es ciertamente “peligroso”, porque negamos a nuestro corazón el amar sin medida. Nos provocamos un infarto espiritual en el que nosotros somos los primeros afectados, pero también dañamos a los demás porque los privamos del bien que les debemos.

Las personas indiferentes son “peligrosas” para sí mismas porque pierden la fuerza de las motivaciones y de las creencias; son “peligrosas” para las demás, porque omiten el bien que deben hacer.

Recordemos esto cada vez que rezamos el acto de contrición al inicio de cada Santa Misa, cuando expresamos arrepentimiento por nuestros pecados de omisión.

Dios nos ha creado para amar hasta la donación plena de nuestra vida. La indiferencia u omisión es como privarnos a nosotros mismos y a los demás de la vida misma.

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