5 de febrero de 2018

Te elijo a ti

Autor: Álvaro Correa

Cuentan que preguntaron al general ateniense Temístocles, vencedor en la batalla de Salamina, a quién daría en matrimonio a su hija si tuviese que elegir entre un hombre honrado sin dinero y un hombre rico sin honradez.

Su respuesta fue la siguiente “Prefiero a un hombre sin dinero, más que al dinero sin un hombre”.

De esta manera dejaba claro que la elección para su hija debía ser un hombre virtuoso, aunque no fuese rico, y que no contaba con su aprobación un hombre rico, si éste carecía de virtud. Optaba, pues, por un buen yerno, no por el bolsillo del yerno…


Ciertamente las costumbres han cambiado en varios aspectos y, para bien del matrimonio, la voz de la novia es escuchada por los padres de cara a una elección personal, libre y voluntaria por parte de los contrayentes. Demos gracias a Dios.

Ahora bien, colocándonos sólo sobre la disyuntiva de Temístocles, en su época, queda clara una lección y vale tanto en tiempos remotos como en la actualidad: la unión matrimonial se realiza entre dos personas y ambas se eligen por amor para toda la vida.

Los bienes materiales, simbolizados en las arras matrimoniales, pasan a ser compartidos. Parece obvio decirlo, pero, dado que entre hombres toda situación es posible, cabe reafirmar que Temístocles, tratándose del matrimonio de su hija, velaba para que su esposo fuese un hombre virtuoso.


Y es que la riqueza de un matrimonio son las personas mismas, no sus posesiones. Cierto, si son virtuosas y ricas, tanto mejor para ellas, pues sabrán hacer el bien a todos.

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