Autor: Fernando
Pascual
Resulta difícil comprender lo
que es complicado, lo que tiene muchas partes, muchos mecanismos, muchas
facetas. Resulta más fácil comprender lo sencillo, lo simple, lo uniforme.
Cuando queremos entender los
comportamientos de los hombres, los hechos (grandes o pequeños) de la historia,
el funcionamiento de las organizaciones sociales y políticas, resulta más fácil
simplificar que ir a fondo sin dejar de lado la complejidad humana.
Por eso, una teoría como la
marxista tuvo un éxito enorme en el pasado, y no deja de seducir a algunos
corazones en el presente. Porque el marxismo presenta un hilo sencillo y
diáfano para interpretar la realidad, ofrece unas pautas fáciles de comprender
(no siempre fáciles de realizar) para elaborar proyectos futuros.
Por eso también ha habido
dictadores que con pocas frases, con fórmulas más o menos mágicas, han
encandilado a millones de personas, han engañado a los líderes culturales y
sociales, han sometido a los militares y a los empresarios, han convertido sus
estados en una máquina unitaria sometida en todo a los mandatos (sencillos,
claros, pero no por ello menos peligrosos) del “líder”.
Por eso las sectas tienen una
fuerza particular cuando las sociedades viven momentos de confusión. Porque
para las personas que caminan en un mundo complejo y lleno de turbulencias,
seguir a un jefe carismático, aceptar sin discusiones a un guía absoluto que
simplifica los problemas y que tiene (dice tener) respuestas para todo, da una
apariencia de seguridad y de paz que muchos corazones agradecen sinceramente,
aunque la doctrina de la secta esté basada en mentiras grotescas o en
mecanismos eficaces de dominio psicológico.
Pero la realidad es
impertinente: las simplificaciones falsas se estrellan ante los hechos
incontrastables. Cuando llega la hora dramática en la que se derrumba la
mentira simplificadora, muchos sienten un extraño sentimiento de extravío: han
perdido los parámetros con los que caminaban en la vida, sienten que sus “verdades”
eran incompletas y engañosas.
Más allá de las
simplificaciones, cada ser humano necesita abrir los ojos ante un mundo lleno
de misterios y de sorpresas. No podemos dejarnos engañar por la simplificación
materialista, ni por psicólogos que todo lo reducen al sexo, ni por sociólogos
unilaterales, ni por economistas que parecen no entender nada fuera del dinero,
ni por políticos que engañan con fórmulas mágicas y hermosas pero vacías de
contenidos verdaderos.
Nuestro corazón está sediento
de verdades: sobre uno mismo, sobre los otros, sobre las sociedades, sobre la
historia, sobre la vida, sobre la muerte, sobre Dios.
Ir más allá de los clichés
impuestos por la costumbre o por los manipuladores de turno cuesta, incluso
puede llevarnos a situaciones desagradables. La imagen del Sócrates enemigo de
la trivialidad y condenado a muerte no atrae a muchos, pero estimula a quienes
necesitan aires limpios para salir de los límites de prejuicios simplificadores
que dan seguridades falsas.
Sólo cuando dejamos la
trinchera de lo trivial y reductivo podemos abrirnos a horizontes nuevos y a
explicaciones más completas. Vislumbraremos entonces lo inmenso, abriremos los
corazones al sentido más profundo del mundo y de la historia.
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