Autor: Álvaro Correa
La capacidad de pensar es,
sin duda, un talento bajado del cielo para el hombre. Dios nos concedió este
don espiritual por pura y divina amistad, por una inmensa benevolencia que
escapa a nuestros límites.
Cada día hemos de darle
gracias con un humilde y perseverante esfuerzo por lograr lo mejor de esta
genial cualidad. A este respecto y tomando nota de la experiencia en las
diversas etapas de nuestra vida, Albert Einstein decía que: “Cuando uno es
joven los pensamientos se vuelven amor, con la edad el amor se vuelve
pensamientos”.
El contraste suena
delicioso porque echa mano no solamente de la mera capacidad intelectual del
hombre, sino que refuerza el camino preferencial que tiene el amor que brota de
su corazón.
A decir verdad amamos
pensando y pensamos amando según un margen personal de madurez. Ahora bien, es
cierto que en cierta franja de la juventud hacemos desembocar nuestros
pensamientos en el delta de nuestros amores reales o ideales.
Bajo esa óptica los
pensamientos se convierten en latidos de un corazón joven ante el horizonte
abierto de su vida. Es, entonces, cuando las personas mayores aconsejan
detenerse un poco a pensar…
Pero sucede que ese joven,
a la vuelta de unas pocas décadas, siente que el amor acumulado en la vida ha
madurado como un vino añejo y no encuentra mejor sendero que la reflexión sobre
la propia experiencia proyectándola sobre el día de hoy con agudo sentido
analítico.
Amamos y pensamos,
pensamos y amamos mientras caminamos apretando la marcha hacia la meta final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario