Autor: Fernando
Pascual
Circulan por aquí y por allá,
especialmente en blogs y páginas similares, revelaciones privadas de todo tipo.
Unas se atribuyen
directamente a Jesucristo, a la
Virgen María o a algún santo, a veces sin ninguna indicación
precisa del lugar donde tales revelaciones habrían sido dichas o sin ofrecer
documentación en la que se hable de la existencia de las mismas. Otras
procederían de visiones o apariciones dadas a personas particulares del pasado
(no reconocidas como santas) o de nuestros días, algunas de las cuales cuentan
con seguidores entusiastas.
En este tema resulta
necesaria una actitud de cautela y un discernimiento serio, especialmente con
ayuda del propio párroco o de personas prudentes y conocedoras de la fe
católica.
Sobre este tema, por su
utilidad a pesar del paso de los siglos, podemos recordar los criterios
ofrecidos por san Juan de Ávila, declarado doctor de la Iglesia universal por
Benedicto XVI en 2012. En una de sus obras más famosas, titulada “Audi, filia”,
avisa sobre el peligro de engaños respecto de las revelaciones privadas.
“No es razón que pase aquí
sin avisaros de un peligro que a los que caminan el camino de Dios acaece, y a
muchos ha derribado. El principal remedio del cual, consiste en el aviso que el
Espíritu Santo nos dio, mediante aquesta palabra que dice: ‘Inclina tu oreja’.
Y este peligro es ofrecerse a alguna persona devota revelaciones o visiones, o
otros sentimientos espirituales; los cuales muchas veces, permitiéndolo Dios,
trae el demonio para dos cosas: una, para, con aquellos engaños, quitar el
crédito de las verdaderas revelaciones de Dios, como también ha procurado
falsos milagros para quitar el crédito de los verdaderos; otra, para engañar a
la tal persona debajo de especie de bien, ya que por otra parte no pueda.
Muchos de los cuales leemos en los tiempos pasados, y muchos hemos visto en los
presentes, los cuales deben poner escarmiento y dar aviso a cualquiera persona
deseosa de su salud, a no ser fácil en creer estas cosas, pues los mismos que
tanto crédito primero les daban, dejaron y avisaron, después de haber sido
libres de aquellos engaños, que se guardasen los otros de caer en ellos” (“Audi,
filia”, parte III, B, 1).
El peligro es claro: hay
revelaciones o visiones que una persona devota (buena) recibe del demonio por
permisión de Dios. Además, según el dicho de san Buenaventura que cita san Juan
de Ávila, es mejor temer que desear una revelación privada.
Surge, entonces, la pregunta:
¿cómo evitar este tipo de engaños? San Juan de Ávila ofrece algunos criterios
que conservan una actualidad sorprendente.
Primeramente, el santo da
tres consejos generales: no desear revelaciones; no llenarse de soberbia, si se
tienen; y no darles crédito fácilmente.
Cada uno de esos consejos
tiene su explicación. En el segundo (no llenarse de soberbia), Juan de Ávila
explica cómo uno de los caminos más seguros para una sana vida espiritual
consiste en la humildad, y quien no es humilde no está viviendo según Dios. Por
lo mismo, una señal de peligro, que se palpa por desgracia en algunos difusores
de ciertas pseudovisiones, radica en caer en actitudes de soberbia y altanería
que llevan a despreciar a quienes no aceptan lo que ellos consideran como una
revelación auténtica (muchas veces sin ningún apoyo de la Iglesia).
Sobre este punto, leemos los
siguientes consejos en nuestra obra:
“Y si, sin quererlas vos, os
vinieren, no os alegréis vanamente, ni les deis luego crédito, mas recorred
luego a nuestro Señor suplicándole que no sea servido de llevaros por este
camino, pues hay otros muchos más dignos a quien puede su Majestad tomar por
instrumentos para estas cosas, y a vos que os deje obrar vuestra salud en
humildad, que es camino seguro. Especialmente habéis de mirar aquesto cuanto la
revelación o instinto interior os convidare a reprehender, o avisar de alguna
cosa secreta a tercera persona, cuanto más, si es sacerdote, o perlado, o
semejante persona”.
Entonces, ¿cómo actuar si uno
recibe directamente o escucha de otros el contenido de una supuesta revelación
privada? Hace falta la discreción de espíritus, es decir, un atento
discernimiento. Para lo cual ayudan tres avisos o criterios.
El primero es analizar la
conformidad del mensaje supuestamente revelado con toda la Escritura. Así lo
dice san Juan de Ávila:
“Sea el primero, que la tal
revelación o espíritu no venga sola, mas acompañada de la Escriptura de Dios,
contenida en el Viejo y Nuevo Testamento, y nuevas cosas conformes a la
enseñanza y vida de Cristo y de los santos pasados”.
El segundo aviso es el
siguiente (y vale la pena copiar todo el texto del santo, aunque sea un poco
más largo):
“El segundo aviso sea, que
estéis muy atenta en la tal revelación o instinto a ver si hay en ella alguna
mentira.
Porque, si la cosa es de
Dios, desde el principio hasta el fin hallaréis verdad sin mezcla de mentira,
ni de salir en balde lo que Él dijere; mas lo que es del demonio muchas veces
hay mil verdades, para hacer creer una mentira. Y avísoos que no seáis fácil a
dar crédito a palabras de revelación, que por voz corporal oyéredes, o a las
que dentro del ánima os fueren dichas, las cuales, aunque a algunas ignorantes
parecen ser todas de parte de Dios, por ver que el ánima las percibe tan
claramente como si con las orejas del cuerpo las oyesen, y sienten de cierto
que no salen de ella, sino que les son de otro espíritu dichas; mas, aunque así
sea, muchas de ellas, y muchas veces, son del demonio, que puede hablar a
nuestra ánima como un hombre a nuestro cuerpo. Y muchas de estas tales palabras
interiormente dichas al ánima he visto yo en personas haber sido llenas de
engaño, y del espíritu de la falsedad.
Esperad, pues, hasta el fin,
y mirad si se mezcla alguna mentira, y, si se mezcla, tenedlo todo por
sospechoso y examinadlo con diligencia doblada”.
El tercer aviso se refiere al
provecho que la supuesta revelación deja en el alma de quien la recibe, con
indicaciones muy concretas sobre un punto que a veces no tenemos en cuenta: el
peligro de perder el tiempo con este tipo de pseudorevelaciones. Juan de Ávila
lo expresa con estas palabras:
“Sea el tercero aviso, que la
tal revelación traya algún provecho y edificación para el ánima, dejando el
corazón más aprovechado que antes, instruyéndolo de cosa saludable. Porque, si
un hombre bueno no habla cosas ociosas, menos las hablará nuestro Señor, el
cual dice: ‘Yo soy el Señor, que te enseño cosas provechosas, y te gobierno en
el camino que andas’. Y cuando viéredes que no hay cosa de provecho, mas
marañas y vanidad, tenedlo por fruto del demonio que anda por engañar, o hacer
perder tiempo a la persona a quien la trae, y a las otras a quien se cuenta; y
cuando más no puede, con este perdimiento de tiempo se da por contento”.
Al final de estos tres
avisos, el santo vuelve a insistir en el tema de la humildad como señal de que
puede haber una auténtica revelación. Si algo viene del demonio provoca
seguridad y olvido de las propias miserias. En cambio, lo que viene de Dios
hace al alma mucho más humilde. Leemos el texto nuevamente:
“Mirad, pues, qué rostro
queda en vuestra ánima de la visión o consolación, y espiritual sentimiento. Y,
si os veis quedar más humilde y avergonzada de vuestras faltas, y con mayor
reverencia y temblor de la infinita grandeza de Dios, y no tenéis deseos
livianos de comunicar con otras personas aquello que os ha acaecido, ni tampoco
vos ocupáis mucho en mirarlo o hacer caso de ello, mas echaislo en olvido, como
cosa que puede traeros alguna estima de vos; si alguna vez os viene a la
memoria, humillaisos y maravillaisos de la gran misericordia de Dios que a
cosas tan viles hace tantas mercedes, y sentís vuestro corazón tan sosegado y
más en el propio conocimiento, como antes que aquello os viniese lo estábades,
pensad que aquella visitación fue de parte de Dios, pues es conforme a la
enseñanza y verdad de Él, que es que el hombre sea bajo y despreciado en sus
proprios ojos”.
La curiosidad hacia supuestas
revelaciones, profecías y vaticinios ha sido y sigue siendo algo que se da en
muchos corazones. Escuchar los consejos de un santo como Juan de Ávila en su
obra “Audi, filia”, escrita hacia el año 1556, puede ayudar a vivir en mayor
paz, a separar lo que sea engaño de lo que sea verdad y, sobre todo, a conocer
más a fondo la propia fe católica, desde la lectura de la Biblia y la guía de
quienes, como obispos y sacerdotes, enseñan el Evangelio en toda su belleza y
con buena doctrina.
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