Autor: Fernando Pascual
Una tarea urgente y difícil. Manos a la obra. Tropiezos,
avances, problemas inesperados, decisiones sobre la marcha.
El tiempo corre. ¿Terminaremos a tiempo? Dejamos a un lado
aparatos, gustos, paseos, músicas.
Conforme uno avanza, alegría y temor se suceden. La tarea,
¿va por buen camino? ¿Es lo que se espera? ¿Estoy haciéndolo bien? ¿Acabaré a
tiempo?
Consultas y respuestas. Hay que ajustar el tiro ante opciones equivocadas. Otras decisiones han sido acertadas. El trabajo procede viento en popa.
Al final, tarea terminada. Incluso, tal vez, antes de tiempo.
Una carpeta se cierra, un archivo se envía. Alivio, paz, una discreta palmada
sobre el hombro.
Da gozo alcanzar una meta a tiempo, concluir un trabajo más
exigente. A la vez, notamos, con sorpresa, que era posible llevar a cabo esa
tarea en pocos días.
Sí: nos apretamos el cinturón, renunciamos a parte del
descanso, apagamos las discusiones en aquella red social. Pero valió la pena.
Entonces, ¿no sería posible actuar así en otros momentos? Sin
presiones, ciertamente, pero con un paso más decidido. Descubriríamos, con
sorpresa, que podemos hacer mucho más de lo que imaginamos.
El gozo tras un trabajo terminado es un anticipo de lo que
desearíamos fuese el final de nuestra existencia: reconocer con alegría que
vivimos a fondo en el amor y para amar.
Pero... Sí, ha habido y hay tantos momentos perdidos, tantas
opciones egoístas, tanto daño causado a otros, tantas afrentas recibidas.
Necesitaremos, en ese momento decisivo, pedir perdón y
perdonar. Luego, llegará la hora de presentarnos ante Dios. Y allí, lo único
que será importante, es el amor dado y acogido...
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