28 de septiembre de 2012

Catequesis, catequesis, catequesis

Autor: Jesús David Muñoz

Era la tarde de un sábado. La iglesia, abarrotada de chiquillos acogía la celebración de la primera comunión de un niño sonriente e ilusionado.

El señor cura, quizá con el afán de hacer la homilía un poco más participativa, preguntó al chico, mientras su voz parecía perderse en el murmullo creciente que aquella multitud de críos inquietos generaba.


-¿A quién vas a recibir hoy?

-A Jesús- contestó el muchacho con seguridad.

-Y ¿quién es Jesús?- volvió a cuestionar el presbítero al constatar que por un momento el silencio había regresado al recinto.

-Un amigo- dijo el niño, esta vez con cierto titubeo.

-Y ¿qué más es Jesús?- pregunta de nuevo el sacerdote animado por los aciertos del joven.
 
Una mirada de confusión hizo ver que con las dos preguntas anteriores, la teología del pequeño había llegado a su límite.
 

El clérigo alzó la mirada esperanzado en que alguien más saliera en su ayuda, pero parece ser que aquel no era el momento para ponerse con disquisiciones teológicas; el pastel, el vestido, el coro, las fotos, el video, el salón de fiestas, los regalos, los invitados, la cena… parecían ocupar la atención de papás, padrinos y amigos.

Fue así como la respuesta a esta cuestión fundamental de la fe cristiana, que para quien conoce mínimamente el credo es bastante simple en su formulación,  fue un silencio atronador y embarazoso.

¿Qué más es Jesús? “Hijo único de Dios […] Dios verdadero de Dios verdadero”.

Ciertamente, como afirma Joseph Ratzinger, “en la segunda parte del credo encontramos el escándalo propiamente dicho de lo cristiano: la fe dice que Jesús, un hombre que murió crucificado en Palestina hacia el año 30, es el “Cristo” (Ungido, Elegido) de Dios, el Hijo de Dios, el centro de la historia humana  y el punto en el que ésta se divide”.

”Parece una arrogancia e insensatez- continuaba el entonces Prof. Ratzinger- afirmar que un individuo que desaparece a pasos agigantados en la niebla del pasado, es el centro decisivo de toda la historia humana” (Introducción al Cristianismo, Sígueme, Salamanca 1969, p. 163).

La fe cristiana está llena de “escándalos” y existe siempre el peligro de minimizar éstos para hacerla más “inteligible” al mundo. Tal es el caso de las traducciones del evangelio que grupos protestantes estaban elaborado en Turquía (de mayoría musulmana) en la que se eliminaba toda referencia a Dios como “Padre” y a Jesús como “Hijo de Dios”, con el fin de suprimir términos que pudieran resultar ofensivos para la mentalidad islámica (cf. ReligiónenLibertad 20.05.12).

En la actualidad parece que los elementos “escandalosos” de la fe cristiana han ido desapareciendo paulatinamente, en su rigurosidad y profundidad, de la enseñanza catequética que debe recibir todo católico. En ocasiones se percibe más bien una reducción simplista de todas las implicaciones que trae consigo pronunciar ese “Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso…”.

A la luz de la Nueva Evangelización, podríamos preguntarnos ¿qué es lo que más necesita la Iglesia de nuestros días? Sin duda, un elemento urgente y que no puede faltar es una catequesis renovada en los elementos esenciales de la fe cristiana. ¡Sí, catequesis, catequesis, catequesis…!

No por casualidad, el inicio de este Año de la Fe el próximo 11 de octubre de 2012 coincide con el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica y con el 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II (cf. ForumLibertas 01.02.12).

La gracia, la unicidad de Dios, la divinidad de Cristo, el pecado, la salvación eterna, el cielo, el purgatorio, el infierno, la existencia del demonio, el juicio final, la Eucaristía, la transubstanciación, etc., son verdades de fe cada vez más desconocidas y difíciles de comprender, explicar, razonar y argumentar para el católico de hoy.

Junto a esta ausencia de una formación sólida de la fe, pulula en el mundo una especie de espiritualidad vaporosa en el que cada vez más personas prefieren vivir una religiosidad opuesta a las instituciones y dogmas; lo más parecido, como se puede ver más claramente en muchos cristianos en Estados Unidos, a una religión a la carta y a un credo personal de acuerdo con un “Jesús privado” (cf. ACE 07.06.12).

Los dogmas son vistos, sobre todo por quienes se denominan agnósticos y ateos, aunque también hay “creyentes” que opinan lo mismo, como una cárcel intelectual que no deja madurar al cristiano sino que le pide una obediencia ciega a los mismos. Pero esta visión es directamente proporcional a la ignorancia y desconocimiento de las razones profundas que llevaron a la Iglesia a su promulgación.

Y por eso es necesario hacer comprender, primero a los mismos cristianos, que los dogmas, antes que ser una camisa de fuerza del intelecto, son las alas que la Iglesia ofrece al creyente, como una recta interpretación de la Sagrada Escritura y de la Tradición, para crecer en la comprensión del misterio; los dogmas de fe no están hechos solamente para los licenciados en teología dogmática, sino para que todo cristiano llegue a un conocimiento más profundo y rico de aquello que profesa.

¿Por qué encontramos tanta desidia para ir a misa? Porque es necesario que se explique en las catequesis no solo cuántos y cuáles son los sacramentos, sino sobre todo qué son los sacramentos. Quien llega a comprender qué es un sacramento, sabrá que la misa dominical, más que una obligación, es un signo de la gracia, un regalo tan grande que canjearla con cualquier otra cosa, antes que pecado es miopía.

En España, por ejemplo, se habla de que sólo el 15% de los católicos va a misa según el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) (cf. ABC 12.02.12), mientras que en Francia sólo el 4,5% de los católicos es practicante (cf. Vatican insider 26.08.11). En Estados Unidos unos 100 mil católicos abandonan su fe cada año (cf. enlace).

La Santísima Trinidad, por mencionar un ejemplo más, no es simplemente el Dios de los teólogos y eruditos cuyo misterio debe permanecer en libros que nadie leería sino por equivocación, sino también el Dios del campesino, del ama de casa y del joven que da sus primeros pasos en la fe.

El cristianismo volverá a suscitar la curiosidad del mundo en la medida en la que sus verdades, sus enseñanzas y criterios vuelvan a estar presentes en la sociedad y en la cultura, y esto sólo se logrará cuando ocupen su lugar en la vida y en las convicciones de cada fiel.

Es cierto que, como decían Pablo VI y Juan Pablo II, el mundo está cansado de maestros y necesita testigos creíbles; sin embargo es cierto también que sin las verdades esenciales de la fe y sin quien las enseñe y transmita, el cristianismo quedaría reducido a una ética más y a una mera filantropía. No serán las ideas y los razonamientos los que conviertan al mundo para Cristo, pero sin ideas y sin razones el mundo no regresará nunca a Cristo.

El analfabetismo catequético es sin duda uno de los principales desafíos para esta Nueva Evangelización, de la que deben surgir cristianos convencidos que hablen, transmitan y den razones de su fe sin miedo, con intrepidez y audacia; católicos que, como G.K. Chesterton, puedan decir: “La dificultad de explicar por qué soy católico radica en el hecho de que existen diez mil razones para ello” (Por qué soy católico, El buey mudo, Madrid 2010, p. 163).

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