Autor: Max Silva Abbott
En una sociedad cada vez más
secularizada, resulta bastante explicable que se busque un sucedáneo de la
religión, que contenga mandamientos y dogmas que prometen la felicidad y que
exigen obediencia. En nuestro caso, estos nuevos mandamientos y dogmas son los
derechos humanos, considerados no solo como algo evidente, sino además, contra
lo cual está prohibido disentir.
Como se sabe, en un principio estos
derechos se consideraron emanados de la inherente dignidad humana, con una
clara alusión a un Derecho Natural objetivo que entre otras cosas, abogaba por
la igualdad esencial de todos los hombres.
Sin embargo, hace unos 50 años, se
expandió la idea según la cual, estos derechos no emanan de una naturaleza
objetiva, sino de los acuerdos, siendo por ello relativos y cambiantes. Lo
anterior no solo ha hecho que ingresen al catálogo de “derechos” un cúmulo de
aspiraciones bastante discutibles, sino además, que varios miembros de la
especie humana hayan quedado excluidos de su protección.
Por otro lado, estos derechos,
entendidos inicialmente como facultades de exigir, se están convirtiendo cada
vez más en obligaciones de hacer o de no hacer, lo cual resulta lógico, pues
todo derecho subjetivo conlleva la existencia de una obligación o deber
correlativo.
Así, estos deberes colectivos suelen
muchas veces depender de ciertos “derechos” que benefician a una selecta
minoría, que de este modo impone su querer al resto, siendo un buen ejemplo de
ello las diversas leyes y tratados contra la discriminación y la intolerancia.
En la actualidad, la génesis y evolución
de estos “derechos –léase deberes– humanos” está entregada sobre todo a
organismos internacionales, universales y regionales que nadie controla (ONU,
OEA, UE, varios comités de seguimiento de diversos tratados y tribunales
internacionales), que no toman en cuenta ni las situaciones particulares ni las
tradiciones de los diferentes países. Por eso se están convirtiendo en los
nuevos Mandamientos y Dogmas de nuestro mundo, que no admiten que alguien ose
ir contra los mismos.
Estos mandamientos y dogmas pretenden
así, imponerse a los ordenamientos jurídicos internos, saltándose muchas veces
todos los cauces formales preestablecidos. Además, se entregan cada vez mayores
atribuciones a los Estados para vigilar su fiel cumplimiento y castigar
duramente su inobservancia.
Y esta es una de las grandes paradojas
de nuestra época: que los “derechos humanos” han pasado de ser una realidad
objetiva y que permitía a sus titulares ejercerlos libremente, a convertirse en
estrictas y cambiantes directrices para la conducta colectiva de los
ciudadanos, que pretenden imponerse coactivamente.
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