Autor: Arturo Guerra
Fuente: Catholic.net
Hoy el progreso lo es todo. Progresa la
ciencia, progresa la técnica, progresa la sociedad, la medicina; progresan las
ideas, progresa la economía, progresan los partidos políticos, progresa el
deporte. Todo progresa. Y lo que no progresa se envejece, se enferma, se muere.
Y cuando sale a la luz el libro
"Nuevo método revolucionario del cultivo de cebollas", al transcurrir
el tiempo en que se escribe, se imprime, se distribuye y se vende, resulta que
el método ya no es ni tan nuevo, ni tan revolucionario. Ha sido ya totalmente
superado.
Y cuando compramos una computadora
último modelo, a la hora de subirla al coche y salir de la tienda, al mismo
tiempo, por la puerta de entrada, vemos un camión cargado de nuevas
computadoras, precisamente con el modelo posterior al que acabo de adquirir.
Es cierto que muchos de los grandes
logros de la humanidad se los debemos al progreso. Indiscutiblemente. Con esta convicción
vivimos, y a ella nos acostumbramos.
El único peligro está en extender esta
convicción a campos donde el progreso no tiene mucho qué ver. Nuestra
mentalidad progresista puede llevarnos a medir absolutamente todo, todo, con
parámetros de progreso. Sin que se escape nada. Y esto sí es peligroso.
En nombre del progreso, podemos cambiar
las reglas del juego de la vida. ¿Acaso el progreso puede lograr el progreso de
las propias reglas del progreso? Quizá no. Porque para fabricar una nueva
computadora, tengo que utilizar los mismos principios que usé para fabricar el
antiguo modelo. Para lanzar un transbordador al espacio, el astronauta debe
tomar en cuenta el mismo principio de la gravedad que la agencia espacial rusa
consideró para poner el Sputnik en órbita.
Qué pensaríamos de un científico que nos
dijera: "Mira, estoy tratando de inventar un nuevo método para cultivar
cebollas. Pero no quiero utilizar semillas de cebolla. Ese método ya está
pasado de moda. Fue producto de una mentalidad primitiva y rudimentaria. Yo
utilizaré semillas de calabaza. Y ya verás qué bien me van a salir estas nuevas
cebollas."
Así que el progreso también tiene sus
reglas. No es el progreso por el progreso. Al menos ciertos principios deben
resistir la acción del progreso so pena de destruir el progreso mismo.
Es entonces cuando, por poner un
ejemplo, respetar una vida desde sus humildes inicios, parecería una actitud
contraria al progreso. "Hay que dejar los prejuicios. No se trata de
suprimir una vida inocente; sino más bien, de respetar el derecho inalienable
de la mujer de interrumpir voluntariamente el embarazo."
De ser coherentes con esta posición,
llegará el día en que el robo dejará de ser robo, se convertirá en la
transferencia urgente de un bien. Ahorcar a una persona se convertirá en la
interrupción necesaria de la respiración ajena. La guerra no será guerra sino
diálogo intenso para persuadir al que ignora mis puntos de vista. Y entonces
nuestros niños llamarán interrupción voluntaria de la amistad al hecho de
golpearse a puños con el amigo. Y cuando desobedezcan a sus papás, no les
desobedecerán propiamente; será, a lo mucho, una opción consciente y madura
ante las manifestaciones totalitaristas inconvenientes. Y copiar al vecino en
un examen será simplemente un ejercicio urgente y formativo del ingenio humano.
Y...
Cuánto bien puede hacer el progreso,
cuando sus aguas van por su cauce. Cuánto bien debe lograr todavía: hay muchas
vacunas que descubrir, muchos combustibles, muchas partículas subatómicas; hay
muchos medios de transporte que inventar, muchos programas cibernéticos, muchas
técnicas de cultivo de cebollas.
Pero no dejemos que se desborde, que nos
inunde, que destruya nuestro mundo. No podemos permitir que venza esos
maravillosos diques que con tanto esfuerzo hemos construido a través de la
historia de la humanidad: esos diques de la amistad, la sinceridad, la alegría,
la solidaridad con el débil e indefenso, la fidelidad, la búsqueda de la
verdad, el respeto a la vida, el amor desinteresado y todo aquello que no
interrumpe voluntariamente la dignidad de la persona humana.
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