Autor:
Fernando Pascual
¿Da
igual talar un naranjo que un roble secular? ¿Tiene el mismo valor un ciruelo
que un abeto? ¿Damos una importancia semejante a las hayas que a los manzanos?
Ante
las reacciones que se producen frente a la tala de algunos árboles y la
indiferencia que rodea la extirpación de otros árboles, conviene preguntarnos:
¿hay árboles discriminados?
La
respuesta, según lo que se ve en algunas sociedades, es afirmativa. En ellas,
unos árboles son considerados como valiosos, mientras que otros simplemente son
vistos como algo que puede ser usado o destruido en cualquier momento.
Los
motivos de este tipo de discriminaciones varían. Para un campesino, puede tener
mucho más valor un manzano que un tilo. Para un enamorado de paisajes, tal vez
tiene menos importancia cortar naranjos que talar robles.
¿Todo
depende de los gustos y los deseos subjetivos de las personas? Quienes
defienden unos árboles y dejan otros a su suerte, podrán explicar los motivos
de sus preferencias.
En
las mismas, se mezclan elementos sentimentales y razonamientos científicos más
o menos elaborados. Porque, por ejemplo, hay quienes defienden ciertos árboles
no sólo por su belleza, sino por su importancia en un ecosistema. Otros
consideran que un huerto plantado por los hombres también tiene su importancia,
no sólo para el ambiente, sino para quienes podrán consumir frutas que ayuden
al organismo humano.
Más
allá de las perspectivas diferentes, notamos que en cada árbol hay una vida, y
una vida que tiene siempre algo de maravilloso. Porque la vida de un árbol no
es simplemente el resultado de carambolas evolutivas más o menos complejas, o
de injertos aprendidos entre campesinos de una zona, sino algo muy particular
que hace de cada árbol (limonero, madroño, acacia o pino) un pequeño monumento
al misterio de la vida y a la bondad de Dios.
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