Autor:
Fernando Pascual
Las
teorías sobre conspiraciones tienen un gran atractivo. ¿Por qué? Porque a
través de las mismas muchos suponen que llegan a conocer páginas misteriosas de
la historia humana.
Algunas
de esas teorías pisan sobre un terreno más o menos sólido: resulta ingenuo
suponer que todo ocurre “por casualidad”, cuando en realidad existen
misteriosos confabuladores que mueven hilos decisivos de la historia humana.
Otras
teorías conspiratorias ofrecen pistas sugestivas, pero sin pruebas. Otras,
simplemente, son fruto de mentes alocadas.
No
faltan teorías falsas elaboradas hábilmente por quienes buscan ocultar sus
propias intrigas y conspiraciones reales a base de apuntar el dedo hacia
quienes no tienen ninguna culpa en los hechos.
Un
resultado dañino que produce la divulgación de falsas teorías sobre
conspiraciones consiste en generar una nube de desconfianza que ofusca e impide
analizar con atención otras teorías verdaderas o, al menos, más cercanas a los
hechos.
Desde
luego, no todos los accidentes que provocaron la muerte de un candidato
político han sido planeados por su adversario. Lanzar la idea es sugestivo,
pero sumamente injusto si no hay pruebas. Pero quienes inventan teorías en
situaciones similares, no sólo dañan al candidato inocente, sino que promueven
ese clima de recelos que impide indagar más a fondo en otros “accidentes” que
sí fueron realmente provocados.
Por
eso, ante tantas teorías sobre intrigas y conspiraciones, ante quienes imaginan
venenos sin pruebas que habrían provocado la muerte de un personaje famoso o
acelerado el cáncer de un presidente conflictivo, hay que mantener una actitud
de cautela y de seriedad.
No
todo lo que brilla es oro, ni toda supuesta conspiración es falsa (o
verdadera). En algunos casos, bastará con observar con atención los hechos y
promover investigaciones serias para desmentir suposiciones absurdas o para
confirmar sospechas terribles. En otros casos, por desgracia tal vez muchos, no
lograremos en esta vida una certeza clara sobre hechos que sorprenden y que
inquietan, tras los cuales hay intrigas y malicias inimaginables.
Ante
tantas teorías conspiratorias, algunas realmente ridículas, vale la pena un
esfuerzo por reconocer y rechazar bulos que giran de boca en boca. Entonces
habrá más tiempo para dirigir la mirada a asuntos más serios sobre los que casi
no existen teorías conspiratorias, pero en los que pueden darse maniobras
sumamente graves que merecen ser descubiertas y denunciadas con firmeza.
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