16 de septiembre de 2024

“Se lo ganó a pulso”

Autor: Fernando Pascual

Juan dio un codazo a Pedro. Luego movió su cuaderno para que el bolígrafo manchase la página. Después le quitó de las manos el libro de física.

Cuando Pedro fue a quejarse al profesor, éste le dijo en voz alta a Juan que no molestase más. Pedro volvió a su lugar, y encontró un chicle en su asiento. La última maniobra de Juan fue disparar, con el bolígrafo, granos de arroz contra la cara de Pedro.

Pedro explotó. Dio un puñetazo en plena cara a Juan, a quien tuvieron que llevar a la enfermería para controlar la hemorragia de la nariz. Mientras, Pedro fue llevado al despacho del director para ser expulsado durante tres días.

Para los amigos de Pedro (y para otros alumnos que vieron lo ocurrido), Juan “se lo ganó a pulso”: molestó hasta tal punto de que el puñetazo recibido casi sabía a poco.

Escenas como la anterior han ocurrido, y por desgracia siguen ocurriendo, en muchas escuelas. Hay niños y adolescentes que incordian, una y otra vez, a compañeros, como si fueran llevados por un instinto malvado que les hace disfrutar a costa de las molestias y del enfado que producen en otros.

En cierto modo, también ocurren cosas parecidas, o peores, en el mundo de los adultos. Porque también en el trabajo, o incluso en el mismo hogar, hay ocasiones en que uno se dedica, con minuciosidad propia de un torturador profesional, a molestar insistentemente a la víctima de turno.

La explosión, cuando ocurre, suele ser tremenda. Entre los adultos normalmente todo queda en insultos y reproches. Pero no faltan ocasiones en que el molestado recurre a la violencia, a veces de modo desproporcionado.

Causa pena y rabia reconocer que hay personas que disfrutan a costa de dañar a sus semejantes. El acoso, que no es sólo escolar, muestra una faceta oscura del ser humano, que le lleva a actitudes maliciosas y prepotentes con las que no sólo se hiere al otro, sino que se produce un rebajamiento profundo del propio abusador.

Frente a quienes molestan, surge un deseo legítimo de justicia, pero a veces nacen sentimientos malsanos de venganza. Es cierto que el acosador puede “ganarse a pulso” un golpe o una respuesta dura. Pero también es cierto que la violencia gratuita de un sinvergüenza no otorga permiso para aumentar los males con más violencia (ya no gratuita, pero no por ello menos peligrosa).

Por eso, frente a quienes sucumben al pecado de disfrutar a costa del dolor (moral, e incluso físico) ajeno, la mejor respuesta viene de corazones dignos y serenos, que buscan, por los cauces debidos, evitar el daño de los acosadores, al mismo tiempo que les ofrecen una mano amiga para que puedan reconocer sus faltas, pedir perdón sincero, y entrar en el mundo de los corazones buenos.

Parece difícil. Seguramente lo es. Pero es posible vencer al mal con el bien (cf. Rm 12,14-21), romper el cerco de la violencia con actitudes firmes de amor cristiano. Basta con mantenerse sereno, desde la nobleza de los corazones grandes, y desde la fuerza que viene de Dios, modelo supremo de mansedumbre y verdadero Amigo que desea perdonar, si se arrepiente, también al más miserable entre los humanos.

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