9 de septiembre de 2024

Modernidad que muere

Autor: Fernando Pascual

El tiempo no perdona. Los hombres nacen, viven, mueren. Las ideas fluyen, mantienen su “energía” mientras son pensadas, defendidas o atacadas. Al final, una tumba virtual acaba con millones de reflexiones y propuestas.

Es cierto que un libro conserva, a lo largo del tiempo, unas letras, unas palabras, unas ideas. Pero una página de libro está muerta si nadie la lee, si ninguna mente reflexiona sobre ella.

La modernidad (¿qué fue, qué es, qué será?), como todo movimiento de ideas, también está destinada a la muerte. Porque algún día no habrá hombres sobre la tierra. Porque ya ahora miles de tertulias, discusiones y frases ingeniosas de otros tiempos han quedado borradas por la marea del olvido.

La modernidad muere inexorablemente. No sirven las bibliotecas para reanimarla. Nada consiguen los archivos electrónicos para detener la muerte de los humanos. La nube, ese nuevo fenómeno de Internet, no puede detener el olvido y ni mantener “en vida” a científicos, literatos, políticos o gente sencilla.

¿Queda, entonces, algo? Sólo queda lo que está tocado por el espíritu, lo que va más allá de la materia, lo que no se rinde al flujo de las neuronas. Queda lo que tantos hombres del pasado y también del presente conocen como “alma”.

Porque el alma no es como la modernidad. Sobrevive a la muerte, salta a una forma de existencia nueva y sorprendente. En el corazón de Dios, cada alma tiene un valor eterno, y es premiada o castigada según las opciones que cada uno haya realizado aquí en la tierra.

Mientras ríos de tinta y discusiones apasionadas buscan dar vida a una modernidad agónica, lo único que vale la pena es el amor auténtico. Ese amor, que se abre a Dios y acoge a los hermanos, pervive inmortal, porque está nutrido con un Pan bajado del cielo. “El que coma este pan vivirá para siempre” (Jn 6,58).

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