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Un billete parece verdadero, pero es falso. Lo aceptamos porque nos engañó con su apariencia. Lo rechazaremos más tarde si llegamos a descubrir que nos apartó de la realidad y nos privó de un bien verdadero.
Lo anterior se puede aplicar a miles de ámbitos: un bolígrafo, unos zapatos, un reloj, un libro, un amigo, un trabajo, una casa, un lugar de vacaciones. En cada ámbito buscamos cosas buenas, realmente buenas. Pero muchas veces nos engañamos: las apariencias encandilan, y nos llevan a escoger lo equivocado. Lo que parecía bueno no lo era.
Los grandes pensadores del pasado se dieron cuenta de este problema. Platón y Aristóteles, Agustín y Tomás, avisaron del peligro: las apariencias atraen al disfrazar como bueno lo que no lo es. En otras ocasiones, dejamos de lado un bien verdadero porque no “aparecía” en toda su bondad. En los dos tipos de situaciones, sufrimos desengaños, mayores o menores según haya sido el error cometido.