13 de agosto de 2012

‘Derecho a morir’: cuando el sufrimiento deja de ser un problema


Autor: Jesús David Muñoz

Del 12 al 18 de junio de 2012 tuvo lugar en Zúrich un congreso sobre el así llamado “derecho a morir” en el que participaron los miembros de las 55 asociaciones que agrupa la "World Federation of Right-to-Die Societies" (Federación Mundial de Asociaciones por el derecho a morir). En aquella ocasión, Ted Goodwin, presidente de dicha federación, alababa un cierto progreso a nivel global en la aceptación de esta “causa justa” (cf. Reuters 13.06.12).


En el país helvético se habla de que la decisión sobre si la vida vale la pena vivirla o no incumbe a cada uno, aunque los investigadores constatan que una tercera parte de los casos de eutanasia son ancianos que no padecen ninguna enfermedad terminal pero que deciden dejar de vivir porque consideran que su vida ya no tiene sentido (cf. Vanguardia 12.06.12).

Así mismo, el 15 de junio de 2012, la jueza canadiense Lynn Smith de la Corte Suprema de Columbia Británica declaraba inconstitucional la ley que prohibía el suicidio asistido “por discriminar a los enfermos físicamente discapacitados” (cf. Zenit 19.06.12).

En los Países Bajos, donde la eutanasia es legal desde hace una década y donde es ya la causa del 2% de las muertes anuales, se ha puesto en marcha un sistema de unidades móviles financiado por la organización Derecho a Morir para ofrecer la eutanasia a domicilio (cf. ForumLibertas 06.03.12).

Por su parte, España es teatro de una nueva arremetida del partido socialista (PSOE) que insiste otra vez en la promisión de su ley estatal para legalizar prácticas eutanásicas que permitirán a los médicos decidir sobre la aplicación o retirada de tratamientos al final de la vida de los pacientes, e impondrá la voluntad absoluta del enfermo sobre la adecuada actuación clínica de los profesionales sanitarios (cf. Europa Press 24.06.12).

A esto se suma que, en mayo de 2012, el Senado de Argentina haya aprobado la llamada ley de “muerte digna”, en la que se contempla la posibilidad de quitar la alimentación y la hidratación a los pacientes terminales (cf. ACI 10.05.12).

La vida: cuestión de naturaleza, no de preferencias
Hipócrates, quien en su famoso juramento comprometía a los profesionales de la salud a no suministrar ningún fármaco mortal, aunque este le fuera solicitado, jamás habría podido imaginar que algún día el ser humano estaría promoviendo algo tan absurdo como el “derecho a la muerte”.

Ciertamente, nos queda claro que, aunque los antiguos no contaban con la saturación de medios y de bienestar de la que se goza en la actualidad, sabían observar la realidad y constatar, con el sentido común propio del realismo, que el hombre es un ser hecho para la vida y que ésta no es cuestión de voluntad o preferencia sino de naturaleza: la eutanasia no elimina la enfermedad sino al enfermo.

Morir nunca ha sido un derecho porque la vida es la conditio sine qua non y el elemento fundamental de todos los derechos humanos. Este hecho ha sido tan fehaciente que este bien supremo viene protegido con leyes y elementos a veces tan incómodos como el uso de cinturones de seguridad, cascos, etc.

Sin embargo, la ofuscación de la razón y esta anarquía de ideas y criterios que rigen la vida del mundo occidental hacen que sea sumamente complejo explicar este proceso tan paradójico en el que el hombre ha llegado en ocasiones a considerar la muerte como un bien superior a la vida.

Y esta paradoja se hace todavía más dramática cuando vemos la aceptación que va ganando el “derecho a morir” en naciones que conocen de primera mano la riqueza y el lujo.

Cuando el sufrimiento deja de ser un problema
Más allá de la ceguera que impide aceptar con honestidad que la eutanasia es objetivamente y en cualquier circunstancia un homicidio, aunque subjetivamente se quiera apelar a la “compasión” o a la “libertad”, el “derecho a morir” saca a flote interrogantes mucho más profundos.

Y es que para el Occidente progresista y secularizado el dolor ha dejado de ser un problema humano y ha pasado a ser un absurdo; la vida humana ha dejado de tener un valor y una dignidad intrínseca inviolable y se ha convertido en un utensilio.

C.S. Lewis, con la mente aguda que le caracterizaba, afirmaba: “el cristianismo crea más que resuelve el problema del dolor, pues el dolor no sería problema si, junto con nuestra experiencia diaria de un mundo doloroso, no hubiéramos recibido una garantía suficiente de que la realidad última es justa y amorosa” (El problema del dolor, Rialp, Madrid 2004, p. 32).

He aquí el drama de la ética relativista y secularista pregonada por el progresismo en el que toda limitación a la voluntad humana es simplemente inaceptable: sin trascendencia, sin vida eterna, sin una esperanza futura después de nuestro paso fugaz, el sufrimiento deja de ser un problema humano con sentido y se convierte en un absurdo cruel del que el colofón más coherente es la muerte. Nadie ama un camino si sabe que este lo lleva al vacío, al sinsentido.

Cabe mencionar también que el aborto presenta una fenomenología similar pues plantea como recurso al sufrimiento de la madre el “derecho” a la muerte de un inocente.

Esta es la cuestión de fondo, si el sufrimiento es intrínsecamente inhumano, o si, de acuerdo con Dostoyevski, hay una Belleza capaz de asumir el dolor y salvar al mundo.

La respuesta del cristianismo seguirá siendo la misma pues, si bien el dolor es un problema, es preciso recordar al hombre aquejado por el mismo que hay una respuesta, es más, que hay un valor redentor escondido en esta realidad misteriosa y espiritual.

No se deben buscar atajos para enfrentar los últimos momentos de la existencia, ya que juegan un papel decisivo para encontrar el Sentido y la Verdad última.

Hoy el hombre, sobre todo el que lleva en sus hombros el peso de la pena y del sufrimiento, precisa entender que no es la libertad la que nos hace verdaderos, como afirmaba aquel político español de triste memoria (cf. José Luis Rodríguez Zapatero, Madera de Zapatero, Barcelona, 2007), sino que es la Verdad la que nos hace libres; una Verdad que tiene el rostro redentor de Aquel que aseveraba: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Venid a mí […] y yo os aliviaré”.

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